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Facundo murió corporalmente en Barranca-Yaco; pero su nombre en la Historia podía escaparse y sobrevivir algunos años, sin castigo ejemplar como era merecido. La justicia de la Historia ha caído ya sobre él, y el reposo de su tumba guárdanlo la supresión de su nombre y el desprecio de los pueblos.

En él nos cuenta cómo iba aquel día entre los árboles y los mármoles, rememorando nombres amados como ante la tumba de su hijo, o la tumba de los que habían estado con él, o contra él, en las luchas violentas de sus días viriles, como aquel Vélez Sarsfield ante cuya tumba exclama: «¡Bravo viejo!: anduvimos juntos muchas jornadas memorables; salvamos, tomados de la mano, abismos que se abrían bajo nuestras plantas, y llegamos al término diciéndonos adiós, satisfechos ambos de haber obrado bien, y legado a nuestra patria páginas de historia sin manchaAsí marchaba por entre los mármoles y los árboles, hablando a los muertos con familiaridad pagana, y con la sobrehumana serenidad de un héroe ya muerto él mismo, que transitara entre las sombras del Hades... Cuando, de pronto, he aquí que se detiene frente a la tumba de Juan Facundo Quiroga, y a propósito escribe estas bellas y nobles palabras, dignas ciertamente de un filósofo antiguo: «Por entre sus columnas se divisan ya, aun antes de entrar, urnas cinerarias, sepulcros, columnas y sarcófagos, y la bella estatua del Dolor, que vela gimiendo sobre la tumba de Facundo, a quien el arte literario más que el puñal del tirano, que lo atravesó en Barranca-Yaco, ha condenado a sobrevivirse a mismo y a los suyos, a quienes no transmite responsabilidades la sangre.

Quiroga asoma la cabeza por la portezuela y le pregunta lo que se le ofrece. «Quiero hablar al doctor OrtizDesciende éste y sabe lo siguiente: «En las inmediaciones del lugar llamado Barranca-Yaco está apostado Santos Pérez con una partida; al arribo de la galera deben hacerle fuego de ambos lados y matar en seguida de postillón arriba; nadie debe escapar; ésta es la ordenEl joven, que ha sido en otro tiempo favorecido por el doctor Ortiz, ha venido a salvarlo; tiénele caballo allí mismo para que monte y se escape con él; su hacienda está inmediata.

Facundo, con gesto airado y palabras groseramente enérgicas, le hace entender que hay mayor peligro en contrariarlo allí que el que le aguarda en Barranca-Yaco, y fuerza es someterse sin más réplica. Quiroga manda a su asistente, que es un valiente negro, a que limpie algunas armas de fuego que vienen en la galera y las cargue; a esto se reducen todas sus precauciones.

Por la puerta que deja abierta el asesinato de Barranca-Yaco entrará el lector conmigo en un teatro donde todavía no se ha terminado el drama sangriento.