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En el medio de la curva que el paseo describe, hay abierto un boquete sin árboles, por donde se contempla el paisaje: parece un enorme balcón desde donde se divisan algunas leguas de tierra árida como toda la que rodea a Madrid.

Ni los terrados de las casas abrasados por el sol de Mediodía. Sólo se divisan allá lejos en la escabrosa pendiente. Las rústicas techumbres que albergan a los pobres montañeses. Y la senda tortuosa y prolongada, que serpentea entre las chozas. Donde el viejo mece a su nieto en la cuna hecha de juncos. En fin, cielo sin color, sol sin sombra, valles sin verdor... ¡Y es allí donde está mi corazón!

No sólo se revela la vida junto á la nieve, sino que hasta la propia nieve vive en ciertos sitios, tal es en ella el pulular de animalillos. Se divisan desde lejos, en la extensión blanca, grandes manchas rojas ó amarillas. Los montañeses dicen que es nieve podrida.

Los lagos de Interlaken y Brienz, cerca de Thun: los once que se divisan desde Righi, el de los cuatro cantones, todos, porque esa es la verdad, todos merecen seguramente un viaje: tienen los lagos una belleza especial que seduce y enamora.

Miremos las pródigas fuentes que nos cercan: el Sena que corre á muy poca distancia, los grupos de estatuas que por todas partes vemos, los monumentos, iglesias y palacios que se divisan, los bosques de árboles que nos rodean, el Paris de la izquierda y el Paris de la derecha, los Campos Elíseos que se extienden á nuestros piés, y una vez reunida en un solo golpe de vista tan profusa copia de bellezas, llamemos, que ya es tiempo de hacerlo, hermosa á la plaza de la Concordia.

Mandóle entonces abrir de par en par las dobles puertas de ambas ventanas, y la luz entró a torrentes y el aire fresco a raudales, juguetón como un niño, acariciando los blancos cabellos del enfermo, trayéndole, como un nietecillo cariñoso sus presentes, el olor a búcaro de la tierra cubierta de rocío, el sano perfume de las montañas, el alegre trinar de los pájaros, el solemne acento de la campana de la iglesia, que parecía repetir en su oído como una amorosa voz de lo alto: ¡Ven! ¡Ven!... ¡Qué necios temores los suyos! ¡Qué espantos tan ridículos los de la noche! ¡Morir! ¿Quién piensa en morir cuando nace el día, y sube el sol por el azul de un cielo tan bello, y se divisan a lo lejos las montañas verdes, floridas, doradas por resplandores tan alegres y risueños?...

Por fin, entre los árboles que á modo de bóveda sombrean la calzada pedregosa se divisan los pañuelos de cien colores de las zagalas y los ramos de pan guarnecidos de flores y cintas y la novilla juguetona y empenachada. Los de Entralgo tiran sus monteras al alto saludando con alegría la pintoresca comitiva. Cuando llega salen á recibirla y se cambian entre unos y otros cordiales saludos.

¡Y pensar dijo el marino que el señor gobernador de Cádiz no puede disponer de una buena fragata para poner término a tales horrores y que no tenemos para defendernos más que algunos guardacostas que huyen así que divisan el bauprés de la tartana maldita! Armemos algunos faluchos por cuenta nuestra, compadre, y ¡por Santiago! ya veremos si Satán le protege y si está al abrigo del plomo.

Muestra tu tostada frente, Canta un cielo derrepente O una décima de amor! Cuando á lo lejos divisan Tu sepulcro triste y frio, Oyen del vecino rio Tu guitarra suspirar; Y creen escuchar tu voz En las verdes espadañas, Que se mecen cual las cañas Al soplo del vendabal.

MANRIQUE. Ya vuelve ... LEONOR. ¿Dónde estoy? MANRIQUE. En mis brazos, Leonor. LEONOR. ¿Qué rumor es ése?... MANRIQUE. ¡Cielos!... Tal vez... LEONOR. ¿Adonde me llevas? Suéltame por Dios... ¿no ves que te pierdes? MANRIQUE. ¿Qué me importa, si no te pierdo a ti? LEONOR. ¿Pero qué significa ese ruido? MANRIQUE. No es nada, nada. LEONOR. Ese resplandor... esas luces que se divisan a lo lejos.