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¿De modo que Vd. con quien tiene amores es con ese Millán? ¿Pues qué se la había figurao a Vd.? La actitud de Engracia no pudo ser más expresiva: Paz, segura de que el exacerbar su ira atraería sobre ella una explosión de injurias, acaso justas, comprendió que el único medio de cortar aquella escena y salir al mismo tiempo de dudas era hablar clara y lealmente.

Demasiado sabía que la oveja no se le había de entregar de buenas a primeras, que iba a encontrarse con un hombre avisado, erudito, a quien no se atraería con cuatro lugares comunes. Entonces, ¿por qué abatirse repentinamente? ¿Por qué darse por vencido sin luchar? El P. Gil se confesó, con su habitual y sincera modestia, que no estaba preparado para este combate.

Opino que ha hablado de esta suerte á la Naturaleza: «Nací sin ambición: no pido, pues, los brillantes dones de los señores moluscos; no fabricaré ni nácar ni perla; no quiero colores vivos, lujo que atraería sobre las miradas de los demás.

Esta atraería al Madrid de rompe y rasga, que brilla y que bulle, pequeña, pero venenosa levadura que corrompe la sociedad entera y la hace aparecer, al imponerle sus leyes a sus vicios, escandalosa hasta un punto que no lo es ciertamente; la otra atraería al Madrid honrado, sensato y devoto, no tan escaso como muchos creen, y en torno de uno y otro bando se agruparía al punto el Madrid verdaderamente inmenso, la gran falange cortesana de gente más bien frívola que corrompida, más bien insustancial que viciosa, que vive de reflejos y escandaliza o edifica, según es escandaloso o edificante el astro que le comunica sus resplandores.

Todo lo que hay de civilizado en la ciudad está bloqueado por allí, proscripto afuera, y el que osara mostrarse con levita, por ejemplo, y montado en silla inglesa, atraería sobre las burlas y las agresiones brutales de los campesinos. Estudiemos ahora la fisonomía exterior de las extensas campiñas que rodean las ciudades y penetremos en la vida interior de sus habitantes.

En las tertulias, en los bailes, en las excursiones campestres no le faltarían a la sobrina adoradores; los muchachos de la aristocracia eran casi todos libertinos más o menos disimulados; les atraería la hermosura de Ana, pero no se casarían con ella.

La atraería hacia mi pecho y me la llevaría, ¡poco importa adónde! en la noche, al fondo del desierto, si el sol se negaba a alumbrarnos, si ninguna casa quería darnos el abrigo de techo. Preferiría morir de hambre con ella a la orilla del camino, a implorar al mundo que quiere separarme de ella.

Poca ó ninguna era la compasión que de semejantes espectadores podía esperar un criminal en el patíbulo. Pero por otra parte, un castigo que en nuestros tiempos atraería cierto grado de infamia y hasta de ridículo sobre el culpable, se revestía entonces de una dignidad tan sombría como la pena capital misma.