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En ocasiones, cuando algún caballero de la Pola venía á visitarle, repentinamente comenzaba á dar furiosos paseos en su presencia, y parándose de improviso y señalando con extravío á las paredes y al techo de la estancia exclamaba: ¿Ve usted este salón? ¡Pues los pájaros no tardarán mucho tiempo en anidar aquí!

Miré por él, latiéndome el corazón y temblándome todo el cuerpo; y la vi, allá en el fondo y en el mismo desaliño en que yo la había dejado en mi despacho, recostada en un sillón; el rostro, descolorido; los ojos, enrojecidos y secos; la mirada, perdida en el cúmulo de los pensamientos; la expresión, de honda tristeza, y las manos, abandonadas sobre el regazo. ¡Qué dolor!... ¡y qué corazón había elegido para anidar! ¡Y todo aquel estrago era obra mía; de mis maldades, de mis escándalos!

Leto bajó un poco la cabeza y apretó los párpados y las mandíbulas, como si tratara de arrojar de su cerebro alguna idea, alguna imagen que, contra su voluntad, se empeñara en anidar allí.

El amor, que es la vida misma, no muere, se traslada. ¿Por ventura las golondrinas que vienen a anidar en los balcones de la Córdoba actual no aman como las que anidaban en la Córdoba antigua? ¿Y dentro de aquel montón, oscuro y melancólico, de casas no hay risas, no hay suspiros, no se vierten lágrimas de amor?

Y se cree un sér grande porque siente afectos que orgulloso diviniza, cuando acaso los miente. ¡Amor de patria! dice, imaginando que es privilegio la atraccion sagrada que hace al ave viajera amar á la enramada donde elevó su voz por vez primera, donde pasó el estío, donde vuelve á anidar la primavera. ¡Razon! exclama con acento grave, y áun blanquean al sol en la llanura las osamentas de cien mil soldados que asesinó su bárbara locura; el paso de la fiera muchedumbre áun destroza la miés de la campiña, y cadáveres mil ensangrentados alimentan las aves de rapiña. ¡Arte!... Tal vez tan sólo ese deseo es en él verdadero y grande y puro... Tal vez... Mas, ese mismo sentimiento, ¿no es acaso el altivo desvarío de hallar de Dios el ignorado asiento, adivinar su imágen escondida, sorprender su existencia en un momento, y robarle el secreto de la vida?

Desdicha, el gato errante y hambriento, que había presenciado aquella escena, huía por los aleros ondulantes con un galope de terror; y en un alambre tendido sobre el hueco de la tronera, dos golondrinas, recién llegadas, coqueteaban en un delicioso palique discutiendo sus proyectos de anidar....

Como las tierras del tío Barret no serían nunca para los hombres, debían anidar en ellas los bicharracos asquerosos, y cuantos más, mejor.