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¡Ah, calavera hipócrita! prosiguió Isidro . Cuando estemos en Buenos Aires iré un día a su establecimiento de la calle de Alsina, para decirle a la señora de Manzanares quién es su marido... Así lo haré, a menos que no me soborne con un par de botellas de champán. Una oleada verdosa se extendió por el rostro del comerciante.

Aquí le quería pillar, calaverón, tenorio de la calle Alsina... De seguro que está usted declarando su amor a esta señorita, en estilo de factura. Visiblemente irritado Manzanares por la burlona intervención, se apresuró, sin embargo, a contestar, temiendo que Isidro persistiese en sus bromas. No señor; hablábamos de cosas serias, de cosas de allá.

Señor don Valentín Alsina: Conságrole, mi caro amigo, estas páginas que vuelven a ver la luz pública, menos por lo que ellas valen, que por el conato de usted de amenguar con sus notas los muchos lunares que afeaban la primera edición.

Yo creo, señores, que entonces pillé para el resto de mis días esta enfermedad del estómago, que terminará conmigo... Acabé por establecerme, y poseo mi depósito en la calle Alsina, ya saben ustedes dónde; uno de los mejores depósitos al por mayor de ropa fina para señoras; y tengo clientes en toda la República y trescientas muchachas trabajando en los talleres.

En gratitud por ese comentario de enmiendas, Sarmiento le dedicó la segunda edición de su obra, y en la «carta-prólogo» de esa edición insiste sobre lo improvisado de su obra y «los muchos lunares que afeaban la primera edición» . Ensayo y revelación para mismo de mis ideas dícele a Alsina , el Facundo adoleció de los defectos de todo fruto de la inspiración del momento, sin el auxilio de documentos a la mano, y ejecutada no bien era concebida, lejos del teatro de los sucesos, y con propósitos de acción inmediata y militante.

El doctor Alsina, dando lección en la Universidad sobre legislación, después de explicar lo que era el despotismo, añadía esta frase final: «En suma, señores: ¿quieren ustedes tener una idea cabal de lo que es el despotismo?

Al coordinar entre sucesos que han tenido lugar en distintas y remotas provincias, y en épocas diversas, consultando a un testigo ocular sobre un punto, registrando manuscritos formados a la ligera o apelando a las propias reminiscencias, no es extraño que de vez en cuando el lector argentino eche de menos algo que él conoce o disienta en cuanto a algún nombre propio, una fecha, cambiados o puestos fuera de lugar» . Fué don Valentín Alsina, su amigo unitario, uno de los que rectificó no pocos errores de hecho y de interpretación.

En la puerta de su casa le hacen guardia de honor estos mismos hombres; después acuden los ciudadanos, después los generales, porque es necesario hacer aquella manifestación de adhesión sin límites a la persona del Restaurador. Al día siguiente aparece una proclama y una lista de proscripción, en la que entra uno de sus concuñados, el doctor Alsina.