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El entraba en quinta dentro de unos meses. Podía el emperador arreglar sus asuntos como mejor le pareciese. Desnoyers renunciaba al honor de servirle. Vaciló un poco al acordarse de su madre. Pero sus parientes del campo no la abandonarían y él tenía el propósito de trabajar mucho para enviarle dinero. ¡Quién sabe si le esperaba la riqueza al otro lado del mar!... ¡Adiós, Francia!

Fortalecido por el contacto de estos dos testimonios de viril ciudadanía, que no le abandonarían mientras viviese, se juntaba con los otros atlots igualmente pertrechados, y empezaba para él la vida juvenil y amorosa: las serenatas con acompañamiento di relinchos, los bailes, las excursiones a las parroquias que celebraban la fiesta de su santo patrón, donde se divertía tirando al galle con certeras pedradas, y sobre todo los festeigs, los tradicionales cortejos, la busca de novia, costumbre la más respetable de todas, que daba origen a riñas y muertes.

Hombres y mujeres de idiomas diferentes, que habían subido al trasatlántico en distintos puertos y lo abandonarían en diversas tierras, se buscaban, se saludaban, se sonreían, para acabar paseando juntos, hablando en alta voz palabras sin interés, y mirándose al mismo tiempo fijamente en las pupilas, inclinando la cabeza el uno hacia el otro como impulsados por una atracción irresistible.

El domingo, por lo demás, había ya llegado; y con falsas maniobras de lavaje de ropa, simulados guitarreos en el rancho de tal o cual, la vigilancia pudo ser burlada, y Podeley y Cayé se encontraron de pronto a mil metros de la comisaría. Mientras no se sintieran perseguidos, no abandonarían la picada; Podeley caminaba mal. Y aún así...

Si no estuvieran arraigados á la tierra, indudablemente abandonarían á toda prisa aquel sitio: yacen semicaídos, de espaldas al enemigo común, cual si se dispusieran á partir, derrotados, desgreñados. Se doblan, se encorvan hasta el suelo, y, no encontrando nada mejor que hacer, fijos en aquel sitio, tuércense al viento de las tempestades.

Quisieron los propietarios disminuirlos, pero la clientela yanqui declaró que el día que un cotelette valiera menos de un dólar, o una botella de Mumm extra dry menos de diez fuertes, abandonarían la casa. Obligados por la ley a sufrir la presencia de la gente de color en los tranvías y paseos, no tienen más valla que oponer a la invasión democrática que el bolsillo. Y lo emplean largamente.