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Actualizado: 1 de junio de 2025


Después, volviéndose a un compañero: Fíjate , polaco, ¿es que quieres quedarte tieso como ese que tienes al lado? ¡Oh! ¡el cochino! ¡qué feo es! ¡Toma! ahora pone los ojos en blanco. Era uno que expiraba en las últimas convulsiones de la agonía. Durand, ¿vendrás de una vez? gritó de nuevo Zeli ; ven a ver mi pierna, viejo mío.

El propio Zeli se llevó a Lescoët, que no daba señales de vida. Ahora dijo Kernok , un buen emplasto de pólvora de cañón y de vinagre sobre esos rasguños, y mañana no tendrá nada. Después, dirigiéndose al timonel: Corre una buena bordada al SO.; si se ve una vela, avísame. Y descendió a su cámara para reunirse con Melia. ...Ese tumulto espantoso, esa fiebre devoradora... es el amor...

¡La barra a babor! ¡la barra a babor! gritó de pronto Zeli con espanto. Inmediatamente la rueda del timón dio una vuelta rápida y El Gavilán se inclinó bruscamente. ¿Qué hay, pues? preguntó Kernok después que fue ejecutada la maniobra.

Casi no puedo hablar... Me parece que mi lengua pesa tanto como un pedazo de plomo. Toma, ahora estoy mareado... Adiós, viejo. Otro apretón de manos... Vamos, ¿estás dispuesto? . Perfectamente. ¡Fuego! eso me curará... Cayó. Pobre b... dijo el señor Durand. Esta fue la oración fúnebre del maestro Zeli.

El maestro Durand fue a cumplir las órdenes del capitán, murmurando: ¿Qué querrá hacer? Es raro... ¡Aquí, grumete! gritó Kernok a Grano de Sal que estaba enjugando con aire de tristeza el reloj que le había legado el maestro Zeli, porque estaba cubierto de sangre. El marmitón levantó la cabeza; las lágrimas brillaban en sus ojos. Avanzó hacia el terrible capitán, pero sin el menor temor.

Y todas las miradas se volvieron hacia el punto que Kernok designaba con el extremo del anteojo. ¡Ocho, diez, quince portas! exclamó ; una corbeta de treinta cañones; ¡muy bonito! y por añadidura, de la escuadra azul. Llamó a Zeli.

Se oyó un tiro de pistola; después un grito penetrante salió de la cámara de Kernok; Zeli se precipitó hacia ella; no era nada, una miseria. Figuraos que Kernok, un poco excitado por el grog, había elogiado mucho su habilidad a Melia. Te apuesto le decía que de un pistoletazo te hago saltar el cuchillo que tienes en la mano.

Nunca Zeli había visto a Kernok con un aire tan duro y tan severo. Así, contra su costumbre, no hizo una multitud de objeciones a cada orden de su capitán, y se contentó con ir prontamente a ejecutarlas. Kernok, después de haber examinado atentamente la dirección del viento y de las brújulas, hizo signo a su compañero de que le siguiese.

Y el maestro Zeli, olvidando que era difícil hacerse oír a dos tiros de cañón de distancia, animaba con la voz y con el gesto a los marineros que conducían a bordo a Kernok. Por fin el bote se acercó al brick y atracó a estribor. El maestro Zeli corrió a la escala a dar el silbido que anunciaba al capitán, y, con el sombrero en la mano, se dispuso a recibirle.

Cuando Zeli entró, Kernok, con la cabeza inclinada hacia atrás, y la pistola aún en la mano, reía del espanto de Melia, que, pálida y trémula, se había refugiado en un rincón de la cámara. ¡Y bien! Zeli dijo el pirata ; ¡y bien! mi viejo lobo de mar, ¿tus señoritas se divierten por allá arriba? Le respondo de ello, mi capitán; pero esas damas esperan la sorpresa.

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