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Actualizado: 1 de junio de 2025


Una idea fija le dominaba, y era el recuerdo de la muerte de Zeli, al cual era bien adicto. Vas a bajar a la cala y decir a mi mujer que puede venir a besarme: ¿oyes? dijo Kernok. , capitán respondió Grano de Sal; y una gruesa lágrima cayó sobre el reloj. En el acto desapareció por la escotilla.

¡Si lo reconozco!... es el que el pobre Zeli me dio para que te lo entregase el día del combate de El Gavilán contra la corbeta. ¡Pobre Zeli!

¿Y quién ha sido el necio que ha dado esa orden? Usted, capitán. ¡Yo! Usted, capitán, al volver a bordo, hace dos horas, tan cierto como ese quechemarín cubre su trinquete dijo Zeli con una conmoción profunda, mostrando por la ventana una embarcación que en efecto ejecutaba esta maniobra.

Es Lescoët que llega, capitán; el bote que le conduce ha estado a punto de dejarse abordar, y lo hubiéramos aplastado como una cáscara de nuez, si no hubiese hecho virar sobre estribor respondió Zeli. El rezagado, que había saltado ágilmente a bordo, se acercó con aire confuso a Kernok. ¿Por qué has tardado tanto?

Otros marineros se armaban precipitadamente de sables y puñales, y el maestro Zeli hacía disponer los garfios de abordaje. Kernok, después de haber tomado todas sus disposiciones, descendió al sollado y encerró a Melia que dormía en la hamaca.

¿La sorpresa? ¡Ah! es verdad; escucha... Y dijo dos palabras al oído de Zeli. Este retrocedió con aire de extrañeza, abriendo su enorme boca. ¡Cómo!... ¿Usted quiere...? Claro que lo quiero. ¿No es una sorpresa? Y famosa por cierto... Voy, capitán. Kernok subió también al puente con Melia. A su presencia se sucedieron nuevos gritos de alegría.

El, abandonándose a este dulce balanceo, se durmió por completo; mientras que Melia, reteniendo su aliento, y separando los negros cabellos que ocultaban la despejada frente de su amante, tan pronto depositaba en él un beso, tan pronto pasaba un dedo afilado sobre sus espesas cejas que se contraían convulsivamente aun durante su sueño. Capitán, todo está dispuesto dijo Zeli entrando.

Los marineros se habían agarrado de la mano y daban vueltas con rapidez alrededor del puente, cantando a gritos las canciones más obscenas y más crapulosas. Bien pronto llegó el maestro Zeli con los diez hombres que Kernok había dejado antes a bordo del San Pablo. No quedaba a bordo del navío español más que sus tripulantes atados y agarrotados sobre el puente.

Ataron a Lescoët a una escala de cuerdas, los brazos en alto y el cuerpo desnudo hasta la cintura. Estamos dispuestos dijo Zeli. Kernok hizo un signo, y la cuerda silbó y resonó sobre la espalda de Lescoët. Hasta el sexto golpe se comportó muy decorosamente; no se oía más que una especie de gemido sordo que acompañaba cada zurriagazo.

Y qué placer el verle dar zancadas, voltear, saltar, danzar, enardecido por los aplausos de la tripulación, y excitado por los latigazos que el maestro Zeli le administraba de cuando en cuando para conservar su agilidad.

Palabra del Dia

rigoleto

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