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Actualizado: 27 de julio de 2025


En la zamarreta del cura veíanse diversos cintajos que manifestaban sus grados y condecoraciones. El sable le arrastraba por el suelo, sonando a pandereta rota. Las botas desaparecían bajo salpicaduras de fango; las pistolas eran negras como la zamarra, y las manos de color de hierro viejo. Por donde quiera que iba el guerrero, difundía en torno suyo un complejo olor a pólvora, a cuadra y a vino.

Mas al llegar a ella y cuando ya se disponía a comer del fruto prohibido surgió de entre los árboles un hombre, ¿qué diremos un hombre? ¡Un monstruo! Gastaba zamarra negra, sombrero ancho de fieltro. Las barbas le llegaban hasta el vientre. El color de su rostro era moreno aceitunado, la nariz ancha, los ojos atravesados y todo el conjunto espantable.

Pero cuando más enfrascado se hallaba en la algazara apareció en la puerta la figura siniestra del paisano Barragán con su eterna zamarra negra, su enorme sombrero y sus barbas hasta el medio del pecho. Los ojos de todos los tertulios se volvieron con sorpresa hacia él y hubo un instante de silencio. ¡Hola! ¿qué vendrá a hacer aquí este pájaro? dijo uno. ¡Soberbia figura para mi drama!

Estaba el carro a la entrada del desfiladero, detrás de unos espesos matorrales, y el arroyuelo murmuraba no lejos y se extendía en estrías de hielo, brillante como cuchillas. Llegado al sitio donde se dirigía, el pastor comenzó a buscar la llave del candado; después, abrió la garita, y marchando a cuatro pies, pudo recuperar la zamarra y una hacheta que no recordaba siquiera haber perdido.

El barón de Ansur tendrá que arar él mismo sus campos, si quiere grano, voceaba en tanto uno de los bebedores, con zamarra y gruesas botas de cuero. Lo que es yo no vuelvo á poner el pie en sus tierras.

Gallardo, vistiendo rica zamarra, como un señor del campo, la cabeza descubierta y la coleta alisada hasta cerca de la frente, recibía a su banderillero con zumbona amabilidad. ¿Qué decían los de la afición? ¿Qué mentiras circulaban?... ¿Cómo marchaba «eso» de la República? Garabato, dale a Sebastián una copa de vino. Pero Sebastián el Nacional repelía el obsequio. Nada de vino; él no bebía.

Es preciso hacer la señal: una gran hoguera en el Falkenstein. Hullin estaba muy pálido; volvió a ponerse los zapatos. Dos minutos después, con la recia zamarra sobre los hombros y empuñando una estaca, abría suavemente la puerta y marchaba a largos pasos, junto a Marcos Divès, camino del Falkenstein.

Palabra del Dia

gallardísimo

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