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Actualizado: 3 de junio de 2025


¿No notaron usted y el zagal nada de particular en la manera de portarse y hablar entre el sacerdote y la joven?

Clori, en tanto, amistosa y compasiva, Quiere que el zagal viva, Mas amarle no quiere; Antes, dicen que piensa dar su mano Á un rabadán anciano. Con celos el zagal su pena aumenta, Y así en la selva oculto se lamenta: ¡ no sabes de amor, encanto mío! ¡Ah! Tu ignorancia virginal te engaña.

Luego, sin hacer caso de los furiosos aspavientos de Currita, que le amenazaba con plantarle en medio del camino si no guardaba silencio, comenzó a cantar de nuevo las estrofas de El Mayoral: ¡Cuidado ese bache! ¡Bájate, zagal!... Si voy, salerosa, Te voy a matá...

Advierto al testigo que si ha dido por todos esos sitios que dice, ahora no va por buen camino. Absténgase de frases groseras y declare sencillamente la verdad. Después del cochero declaró el zagal. No tuvo importancia su declaración.

Un estruendoso cubo de cohetes de lucería salió bufando en todas direcciones; retumbó la música; hubo un minuto de gritos, vivas, estruendo y confusión, y nadie reparó en que un pobre viejo, un barquillero, salía del recinto mitad arrastrado y mitad en brazos de dos hombres. «Le dio un accidente», decían al verlo pasar, sin añadir otro comentario. Zagal y zagala

Cerca de unos prados 155 Que hay en mi lugar, Pasaba un borrico Por casualidad. Una flauta en ellos Halló, que un zagal 160 Se dejó olvidada Por casualidad. Acercose a olerla El dicho animal; Y dió un resoplido 165 Por casualidad. En la flauta el aire Se hubo de colar, Y sonó la flauta Por casualidad. 170 ¡Oh! dijo el borrico: ¡Qué bien tocar! ¿Y dirán que es mala La música asnal?

Doña Anuncia y doña Águeda habían quedado en el estrado, casi a obscuras, suspirando, rodeadas de algunos amigos y amigas, quizá los mismos que les dieran en otra ocasión aquel pésame por la muerte civil de don Carlos. Y ella va contenta decía el barón. ¡Uf! Ya lo creo. La juventud es ingrata... Señores, que va a arrancar, desapartarse gritó el zagal de la diligencia. Y partió el coche.

Y entonces se percibe en lo hondo una voz que grita: «No, no hay habitación en esta casa». ¿Sabe usted? me dice el zagal . Es que ha llegado una estudiantina, y están todas las fondas ocupadas. Vuelve a rodar la tartana por las calles desiertas. Se oyen, a lo lejos, dos campanadas largas. Son las dos y media. Otra puerta torna a ser aporreada formidablemente. Tampoco hay habitación en esta casa.

Aquella mañana encontraba al escritorio algo de nuevo, de extraordinario, como si entrase en él por vez primera, como si no hubiesen transcurrido allí quince años de su vida, desde que le aceptaron como zagal para llevar cartas al correo y hacer recados, en vida de don Pablo, el segundo Dupont de la dinastía, el fundador del famoso cognac que abrió «un nuevo horizonte al negocio de las bodegas», según decían pomposamente los prospectos de la casa hablando de él como de un conquistador; el padre de los «Dupont Hermanos» actuales, reyes de un estado industrial formado por el esfuerzo y la buena suerte de tres generaciones.

Bien seguro que allá por las Américas no se reirá tanto ese día como aquí se reía. Las mejillas de Elena enrojecieron al oír mentar a su marido. El tío Leandro, que algo sabía a qué atenerse sobre el viaje de don Germán, clavó una mirada iracunda sobre el bárbaro zagal y se le vieron intenciones claras de arrojarse sobre aquel «piazo animal».

Palabra del Dia

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