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Abriose con violencia la puerta de la sala, y los ojos de los circunstantes vueltos hacia ella vieron con asombro el rostro pálido de un criado que exclamó dirigiéndose a su amo: ¡Señor, señor! ¿Qué ocurre? preguntó don Mariano con el acento enérgico que emplean los caracteres bien templados cuando adivinan un peligro. ¡Los soldados están ahí!

Vueltos de espaldas a la luz, Mina y Fernando se sumían en la contemplación de la noche, sin que sus miradas se buscasen, satisfechos del contacto de sus hombros, que parecían unificar en una sola vibración sus pensamientos y deseos.

Algunos iban vueltos hacia atrás, mostrando la carita redonda dentro del círculo del gorro y los ojuelos vivos, y se reían con los transeúntes. Otros tenían el semblante mal humorado, como personas que se llaman a engaño en los comienzos de la vida humana. También vio Jacinta no uno, sino dos y hasta tres, camino del cementerio.

Angelina y yo nos acercamos a la verja, vueltos hacia la ciudad. Ya no repicaban en las torres. En cada una de ellas una campanita atiplada, urgente y chillona, llamaba a los fieles. Aun no despuntaba el día. Los faroles de Villaverde brillaban en las calles obscuras y por encima de los tejados como un enjambre de cocuyos.

Estaban en la penumbra, vueltos de espaldas al interior. Tenían ante ellos los tejados de enfrente y un enorme rectángulo de sombra azul perforada por la fría agudeza de los astros. Las luces de la ciudad coloreaban el espacio sombrío con un reflejo sangriento. Bebió dos copas Tchernoff, afirmando con chasquidos de lengua el mérito del líquido.

Según la gente de tierra, no había ocurrido hasta entonces cosa que no fuera en Santander muy natural y corriente; y en verdad que no era para dejar pálido á nadie la rotura de algunos vidrios, unos cuantos paraguas vueltos del revés, tal cual sombrero arrancado de su correspondiente cabeza, y alguna que otra falda encaramada más arriba de lo acostumbrado.

Otros, mestizos ó blancos, vueltos al estado primitivo después de largos años de existencia en el desierto: hombres de perfil aguileño, gran barba y luenga cabellera, tocados con amplios chambergos y llevando un cinturón de cuero adornado con monedas de plata, dentro del cual ocultaban, á medias nada más, el revólver y el cuchillo.

Por encima de los remolinos y torbellinos es donde las danzas de las ninfas, vistas por la imaginación de los poetas, deben ser interminables porque el agua da vueltos sin fin en un círculo sin salida. Al pie de una cascada, un promontorio de rocas, sitiado por el espumoso torrente, protege con su masa un hoyo tranquilo donde ruedan las aguas que la corriente lanza lateralmente.

Jaime, por una curiosidad instintiva, se aproximó al padre y al hijo, vueltos de espaldas a la muchacha y enfrascados en la contemplación del escaparate. Era una tienda de armas. Los dos ibicencos examinaban una por una todas las expuestas, con ojos ardientes y gestos de devoción, cual si adorasen ídolos milagrosos.

Por eso no la movía un instante del plato, devorando el cocido que su tía le había servido, sin mascar los bocados. Llegó un instante, sin embargo, en que por casualidad o por atracción magnética se encontraron sus ojos. Y ya no pudo más. Otro flujo de risa; los garbanzos esparcidos por la mesa; los rostros de los comensales vueltos de nuevo hacia él.