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Actualizado: 30 de junio de 2025


Tenía D. Valentín cerca de sesenta años de edad, pero parecía mucho más viejo, porque no hay cosa que envejezca y arruine más el brío y la fortaleza de los hombres que esta servidumbre voluntaria y espantosa, á que por raro misterio de la voluntad se someten muchos, cediendo á la persistencia endemoniada de sus mujeres.

Emma salía de su soledad voluntaria como de un encierro; las emociones de los paseos y romerías no eran como aquélla; aquélla sabía a gloria; ¡lo que se iba a divertir, contando con todo! Porque con las glorias no se le iban las memorias. Su plan era su plan, y todo se andaría.

A falta de testimonios, solamente la confesión de uno de los dos acusados podía excluir la idea del suicidio; ¡negado el valor de la declaración de la nihilista, y no pudiendo obligar a su compañero a inculparse, el resultado inevitable sería que el juez volviera a afirmarse en la opinión de la muerte voluntaria!

Permanecía el gigante en voluntaria inmovilidad, con los ojos entornados y lanzando una respiración ruidosa. De pronto creyó oir un ligerísimo susurro semejante al de unos insectos arrastrándose sobre la arena. Ya están aquí dijo mentalmente. La camiseta que cubría su pecho se agitó con un leve tirón.

El Conde-Duque protege a Velázquez desde 1623 y al cabo de veinte años de perder la privanza el pintor es de los pocos que le permanecen fieles. ¿Dónde mayores pruebas de bondad que favorecer a los compañeros, conquistar la voluntaria sumisión del que fue esclavo y persistir por gratitud en la peligrosa amistad del caído?

El Ilustrísimo Obispo de Menorca Severo en la Epístola citada asegura que después de muchas y estupendas maravillas que obró el Señor por la intercesión del Ilustre Proto Mártir San Esteban, cuyas reliquias había dejado el gran Orosio de vuelta de Jerusalén, para España, se había hecho la mayor de abrir los ojos a la voluntaria ceguedad de quinientas cuarenta almas en aquella Isla, con tanto fervor y desengaño de su caduca ley que ellos mismos arrancaban los cimientos de su sinagoga, y contribuyendo en la fábrica de una nueva Iglesia con sus expensas; en sus propios hombros llevaban gozosos las piedras para el sagrado edificio.

Se había resignado a todo. Eulalia le declaraba, como él esperaba, que no podía concebir sin horror la idea de un nuevo enlace después de la muerte voluntaria de su primer marido; que estaba segura de que él tampoco querría una dicha que había costado tan cara, si es que podía llamarse dichosa una unión que dependiese de tal causa; que aprovecharse del generoso atentado del señor Spronck era hacerse casi autor de él y atraerse el castigo; que era conveniente, al contrario, dedicar la vida a expiarlo y colocarse como justos holocaustos entre la cólera de Dios y esa sombra abnegada que se había entregado a su castigo.

En ella, cual si lo presintiera, dio la medida de su saber: si a primera vista no seduce, examinada despacio causa impresión muy honda: esta ejecutada con voluntaria desigualdad que acrecienta el efecto que causa: el campo, tierra, peñascos, cielo y fondo hechos con rápida maestría; las figuras, y en particular las cabezas, minuciosamente construidas, sin que su pequeñez perjudique ni mengüe la impresión que producen, porque a poco que se miren, como si crecieran, parecen de tamaño natural.

En seguida clasifiqué a las personas que pasaban en mis tres grandes divisiones: Solteronas voluntarias. Solteronas resignadas. Solteronas recalcitrantes. Vuelta a casa, continué mis meditaciones y he aquí lo que llegué a poner en claro en conjunto. La solterona voluntaria, diga lo que quiera el padre Tomás, se distingue a primera vista. Es viva, aunque sea reumática y sobre todo si es nerviosa.

El concepto de la glorificación de Dios por la anulación voluntaria del hombre, arrodillado ante su creador, de miedo a su creador, que es la idea madre subyacente en la ordenación católica del pensamiento humano, la que engendró el oscurantismo, el misticismo y el monasticismo sobre la abdicación de la razón, de la virilidad, de la voluntad y de la dignidad humanas, la que informa toda la conducta de la Iglesia en su guerra sin cuartel contra todos los progresos de la humanidad por iniciativa del hombre, ese principio fue el alma de las sociedades cristianas del pasado, fundadas sobre el derecho divino, fatalmente sectario, autoritario y absolutista.

Palabra del Dia

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