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Actualizado: 24 de mayo de 2025
Al otro dia le trae la vieja de almorzar, le visita las espaldas, se las estriega con otra pomada, y luego le trae de comer: á la noche vuelve, y le trae que cenar. El tercer dia fué la misma ceremonia. ¿Quién es vm.? le decia Candido; ¿quién le ha inspirado tanta bondad? ¿cómo puedo darle dignas gracias? La buena señora nunca respondia palabra, pero volvió aquella noche, y no traxo que cenar.
Menester es que tenga vm. el diablo en el cuerpo, repuso Candido. Tanto papelea en este mundo, dixo Martin, que muy bien puede ser que esté en mi cuerpo lo mismo que en otra parte. Confieso que quando tiendo la vista por este globo ó glóbulo, se me figura que le ha dexado Dios á disposicion de un ser maléfico, exceptuando el Dorado.
Agitada, desatentada, fuera de mi unas veces, y muriéndome otras de pesar, tenia preocupada la imaginacion con la muerte de mi padre, mi madre y mi hermano, con la insolencia de aquel soez soldado bulgaro, con la cuchillada que me dió, con mi oficio de lavandera y cocinera, con mi capitan bulgaro, con mi sucio Don Isacar, con mi abominable inquisidor, con la horca del doctor Panglós, con aquel gran miserere en fabordon durante el qual le diéron á vm. doscientos azotes, y mas que todo con el beso que dí á vm. detras del biombo la última vez que nos vimos.
Arrimóse Cacambo á la puerta, y oyó hablar peruano, que era su lengua materna; pues ya sabe todo el mundo que Cacambo era hijo de Tucuman, de un pueblo donde no se conocia otro idioma. Yo le serviré á vm. de intérprete, dixo á Candido; entremos, que este es un meson.
Ha, espero que me la enseñará vm., dixo el ingenuo Candido. Ya la verá vm., dixo Cunegunda, pero sigamos el cuento. Siga vm., replicó Candido.
Dicen que hay algunas personas muy cultas en este pueblo, y creo que así será. Yo por mi no tengo hipo ninguno por ver la Francia, dixo Candido; bien puede vm. considerar que quien ha vivido un mes en el Dorado no se cura de ver cosa ninguna de este mundo, como no sea Cunegunda.
Las tropas del rey de España serán recibidas con brío, y yo salgo fiador de que se han de volver excomulgadas y vencidas. La Providencia le ha traído á vm. aquí para favorecernos. Pero ¿es cierto que está mi querida Cunegunda aquí cerca en casa del gobernador de Buenos-Ayres? Candido le confirmó con juramento la verdad de quanto le habia referido, y corriéron de nuevo los llantos de entrámbos.
Dió Candido cien abrazos á Panglós y al baron. ¿Pues cómo no he muerto á vm., mi amado baron? ¿y vm., mi amado Panglós, cómo está vivo habiéndole ahorcado? ¿y porqué están ámbos en galeras en Turquía? ¿Es cierto que esté mi querida hermana en esta tierra? dixo el barón. Sí, Señor, respondió Cacambo. Al fin vuelvo á ver á mi caro Candido, exclamaba Panglós.
El luego en oyendo esto, abrió los brazos, y me los echó al cuello, y sin duda me besára en la frente, si la grandeza del cuello no lo impidiera, y dixome: vm. señor Cervantes, me tenga por su servidor y por su amigo, porque ha muchos dias que le soy muy aficionado asi por sus obras, como por la fama de su apacible condicion.
Volviéndose entónces Martin á Candido con su acostumbrado relente, le dixo: ¿Qué tal? ¿he ganado, ó no, la apuesta? Candido regaló dos mil duros á Paquita, y mil á fray Hilarion. Yo fío, dixo, que con este dinero serán felices. Pues yo fío lo contrario, dixo Martin, que con esos miles los hará vm. más infelices todavía.
Palabra del Dia
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