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Anda huido de Constantinopla, donde ha hecho no qué atrocidades, y por lo visto ha olido que Elvira tiene dinero y quiere ahorrarle el trabajo de guardarlo. Mañana, antes de salir, tendrá una conferencia con el padre Cifuentes, que Francesca di Rimini le servirá de tercero...» Aquí notó Diógenes que la concordancia era vizcaína, y añadió: «...o de tercera.

Ordena, además, ¡oh deidad poderosa! á todos los poetas españoles, que han dividido entre , como piadoso legado, la capa y el espíritu de su maestro Lope, que prosigan escribiendo comedias; y que Montalbán, tan aplaudido hasta ahora, no se deje arrastrar de la censura de cierto crítico, por haber sido demasiado complaciente con el público en su comedia La vizcaína, haciendo aparecer un mismo personaje bajo tres disfraces distintos; antes bien, que continúe escribiendo siempre, que siempre acertará como debe esperarse de tan inspirado poeta, y que sus obras alcanzarán la aprobación general, mientras imite á Lope su gran maestro.

Los marineros, casi todos vascos, se avenían bien y no había riñas. A la vuelta de este viaje me embarqué con don Ciriaco en Cádiz, en la Bella Vizcaína. La fragata me pareció un salón, tan limpia, tan arreglada estaba. Don Ciriaco, como su barco, era también muy atildado y muy pulcro. Llevaba casi siempre sombrero de paja, traje blanco, patillas cortas, ya grises.

Todo esto que don Quijote decía escuchaba un escudero de los que el coche acompañaban, que era vizcaíno; el cual, viendo que no quería dejar pasar el coche adelante, sino que decía que luego había de dar la vuelta al Toboso, se fue para don Quijote y, asiéndole de la lanza, le dijo, en mala lengua castellana y peor vizcaína, desta manera: -Anda, caballero que mal andes; por el Dios que crióme, que, si no dejas coche, así te matas como estás ahí vizcaíno.

Adornaban las paredes algunos cuadros: el más notable era un trabajo de pluma hecho por el tío del cuñado del abuelo de la vizcaína, que había sido insigne calígrafo, y toda la lámina estaba llena de rasgos, líneas, letras raras, rúbricas y floreos de pluma, trabajo ilegible por ser tan excelente.

Sor Antonia, que era la bondad misma, mirábala con toda la severidad que cabía en su carácter angelical, y Mauricia le devolvía la mirada con insolente dureza, diciendo: «Si no he sido yio... amos, si no he sido yio... ¿Para qué me mira usted tantooo?... ¿Es que me quiere retrataaar...?». Aquel día, Sor Antonia llamó a la Superiora, que era una vizcaína muy templada.

¿Qué más quieres de ? me dijo algunas veces. Y esta sola pregunta, expresada con acritud, bastó para hacerme desgraciado. ¡Qué estupidez, pensaba en estos momentos tristes, el considerar a la mujer como una criatura ideal! ¡Qué error mirar la riqueza y el fausto como felicidad! Se acercaba el momento de que la Bella Vizcaína tenía que partir.

Pero hemos inventado cosas de más provecho y sustancia colocando las manos extendidas sobre el abdomen : el pote gallego, la fabada, el bacalao a la vizcaína, la paella valenciana, la sobreasada mallorquina, el chorizo y la Compañía de Jesús. Y ¿dónde me deja usted el descubrimiento del Nuevo Mundo?

Harto se me alcanzaba que entre la gallega y la mujer de Cataluña, y entre la manchega y la vizcaína habían de mediar radicales diferencias; pero esto de que cada provincia, fuese la que fuese, había de tener un tipo especial, se me hacía difícil de creer.

Venía en el coche, como después se supo, una señora vizcaína, que iba a Sevilla, donde estaba su marido, que pasaba a las Indias con un muy honroso cargo.