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Actualizado: 24 de julio de 2025
Saltó del lecho, y se vistió en un decir Jesús, tratando de reanudar sus dispersos recuerdos, y mirando la habitación con la sorpresa que suelen los que, no habiendo viajado nunca, amanecen en lugar desacostumbrado y nuevo. Miró al reloj de sobremesa: eran las ocho. Salió al pasillo, y tecleó suaves golpecitos en la puerta del cuarto de Artegui.
A todo lo cual responde aquel gran su amigo Ambrosio, el estudiante, que también se vistió de pastor con él, que se ha de cumplir todo, sin faltar nada, como lo dejó mandado Grisóstomo, y sobre esto anda el pueblo alborotado; mas, a lo que se dice, en fin se hará lo que Ambrosio y todos los pastores sus amigos quieren; y mañana le vienen a enterrar con gran pompa adonde tengo dicho.
Obdulia, agitada todo el día por un vivo dolor y por un deseo rabioso de reparar la injusticia que se había cometido con su amado director espiritual, no salió de casa ni de la cama. Estaba realmente enferma. Tenía fiebre, la fiebre que produce en los temperamentos como el de ella un pensamiento único que se va exacerbando por grados. Al llegar la noche se levantó y se vistió apresuradamente.
Aquel hombre me vistió con el traje de Juana, me puso su sombrero en la cabeza y un espeso velo por la cara; y tomando el saco de cuero que contenía los papeles de la víctima, me hizo salir de mi casa. No tomó, de todo lo que me pertenecía, más que la papeleta del Monte de Piedad que tú me habías enviado aquella misma mañana. Yo ignoraba entonces el uso que quería hacer de ella.
En fin, cuando supo la mujer que volvía su marido, vistió a la niña de gala, lo mejor que pudo, y ella se vistió un precioso traje azul que sabía que a él le gustaba en extremo. No atino a encarecer el contento de esta buena mujer cuando vio al marido volver a casa sano y salvo. La chiquitina daba palmadas y sonreía con deleite al ver los juguetes que su padre le trajo.
Comió poco y no habló nada, porque tampoco le hablaron a él. Por la tardé se vistió con gran esmero, y salió decidido a visitar a la amable señora para confiarla sus cuitas. Y andando, andando, cuanto más andaba más remolón se iba haciendo; porque según oreaba los propósitos con el aire de la calle, menos cuerdos le parecían.
Miró el reloj. Eran las tres. Se volvió a tender en la cama, pero con los lamentos no se pudo dormir y le pareció mejor levantarse. Se vistió y se acercó a la alcoba próxima, y miró por entre las cortinas. Se veía vagamente a un hombre tendido en la cama. ¿Qué le pasa a usted? preguntó Martín. Estoy herido murmuró el enfermo. ¿Quiere usted alguna cosa? Agua.
28 Y vistió de oro los querubines. 29 Y esculpió todas las paredes de la Casa alrededor de diversas figuras, de querubines, de palmas, y de botones de flores, por dentro y por fuera. 30 Y cubrió de oro el solado de la casa, adentro y afuera. 31 Y a la puerta del oratorio hizo puertas de madera de oliva; y el umbral y los postes eran de cinco esquinas.
Vistió luego la mujer del Corregidor a Costanza con unos vestidos de una hija que tenía de la misma edad y cuerpo de Costanza, y si parecía hermosa con los de labradora, con los cortesanos parecía cosa del cielo: tan bien la cuadraban, que daba a entender que desde que nació había sido señora y usado los mejores trajes que el uso trae consigo.
El hijo, que la víspera había ya enviado los muebles y las ropas que consideró necesarias para atender al cuidado y comodidad de su padre, vistió a éste cariñosamente, envolviéndole en una manta los pies, que por la hinchazón no era posible calzarle, y esperó a que trajesen la camilla. Leocadia se fue por la mañana, diciendo que volvería; pero dieron las tres de la tarde, y no pareció.
Palabra del Dia
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