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Actualizado: 24 de julio de 2025


Vísteme dijo á Casilda : tráeme ropa blanca; me he puesto perdida. ¿Y le dejáis así? dijo Casilda señalando á la alcoba. Habla bajo, que no despierte; se conoce que ha pasado mala noche. Pero señora... Mira, Casilda, ese caballero es tu amo y el mío dijo Dorotea. La negra se calló y vistió á su señora.

En resolución, la ventera vistió al cura de modo que no había más que ver: púsole una saya de paño, llena de fajas de terciopelo negro de un palmo en ancho, todas acuchilladas, y unos corpiños de terciopelo verde, guarnecidos con unos ribetes de raso blanco, que se debieron de hacer, ellos y la saya, en tiempo del rey Wamba.

La madre, al idear el traje de su hija, había dado rienda suelta á las tendencias vistosas de su imaginación, y la vistió con una túnica de terciopelo carmesí, de un corte peculiar, abundantemente adornada con caprichosos bordados y floreos de hilo de oro.

Luego se vistió de limpio. El bienestar que el aseo y la frescura daban a su cuerpo, se confundía en cierto modo con el descanso de su conciencia, en la cual también sentía algo como absoluta limpieza y frescor confortante. Dedicose luego al arreglo de la casa, y con el poquito dinero que tenía hizo su compra, y le preparó a Mordejai una buena comida.

A media tarde se vistió, aún con mayores atildaduras que el día antes. ¡A casa de su buena amiga sin parar! Llegó sereno, llamó con brío, preguntó lo que es de costumbre; y sin aguardar la respuesta, para ganar tiempo y economizar trámites, dio su nombre y apellido antes que se los pidieran.

Donde menos lo piensa, en el seno de la familia, salta un Judas. En la tierra no hay ni puede haber honor. En el Cielo únicamente, porque Dios es el único que no nos engaña, el único que no se pone careta de amor para darnos la puñalada. Fortunata se vistió a toda prisa. Sabía por experiencia que mientras más le contradecía era peor.

Desvelado, en las altas horas de la noche, se levantó de su mezquino lecho, se vistió precipitadamente el sayal, encendió con eslabón, yesca y pajuela, una lamparilla de hierro, salió de su celda, atravesó los claustros desiertos y sombríos, se dirigió a la puerta de la celda del Padre Ambrosio, y llamó golpeando en ella.

Miguel, que era el que atacaba, se sintió fatigadísimo; tanto, que lo hizo presente en voz alta, y los padrinos les obligaron a suspender y les dieron diez minutos de descanso. Durante ellos, Miguel se vistió el gabán y se fue a fumar un cigarro en un banco con la mayor tranquilidad, en la apariencia, en realidad muy irritado por aquel extraño procedimiento de su contrario.

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