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Actualizado: 24 de julio de 2025


La anciana vino a verme, me arropó y se estuvo acariciándome hasta que me quedé dormida. A la mañana, apenas abrí los ojos, pregunté por mi madre. Me dijeron que estaba en el cielo. La anciana me lavó, me vistió, y me dió el desayuno.

16 Porque no contenderé para siempre, ni para siempre enojaré; porque el espíritu por mi vistió el cuerpo, y yo hice las almas. 19 Crío fruto de labios, paz; paz al lejano y al cercano, dijo el SE

19 Y se levantó, y se fue; y se quitó el velo de sobre , y se vistió las ropas de su viudez. 20 Y Judá envió el cabrito de las cabras por mano de su amigo el adulamita, para que tomase la prenda de mano de la mujer; mas no la halló. 21 Y preguntó a los hombres de aquel lugar, diciendo: ¿Dónde está la ramera de las aguas junto al camino? Y ellos le dijeron: No ha estado aquí ramera.

¡Si al menos se cometiese otro crímen mañana ó pasado! decía. Y ante el pensamiento de aquel hijo muerto antes de impreso, capullos helados, y sintiendo que sus ojos se humedecían, se vistió para ver al director.

Después de probar por mismo a producir idéntico rugido y cerciorarse de que era bien capaz, se vistió, se aliñó y, tomando apresuradamente el desayuno, se salió a la calle liado en su capa y debajo de ella el artefacto musical que tan gozoso le había puesto.

Tratóse también de quién fué el primero que en España las sacó de mantillas, y las puso en toldo, y vistió de gala y apariencia. Yo, como el más viejo que allí estaba, dixe, que me acordaba de haber visto representar al gran Lope de Rueda, varón insigne en la representación y en el entendimiento. Fué natural de Sevilla y de oficio bati-hoja, que quiere decir, de los que hacen panes de oro.

Demetria la escuchaba embelesada y de vez en cuando aplicaba un sonoro beso en sus mejillas de rosa. No fué mucho tampoco lo que pudo dormir la zagala aquella noche. Aguardó sin embargo á que su padre la llamase y se vistió como si fuesen á conducirla al suplicio.

Y no bien lo impedían, don Paco se burlaba de mismo y se despreciaba, presumiendo que lo que llamaba él religión y moral fuese cobardía acaso. Después de aquel tempestuoso insomnio, que convirtió en siglos las horas, don Paco se levantó del lecho y se vistió antes que llegase la del alba. Abrió la ventana de su cuarto y vio amanecer.

Vicente había pasado algunos años en Inglaterra, estudiando no se sabía qué, probablemente los usos y costumbres de la Gran Bretaña, hacia los cuales se sintió desde un principio tan inclinado, que toda su vida vistió, comió, durmió, y hasta tosió a la inglesa.

Estuvo tres sin salir de su cuarto, sin probar apenas manjar alguno de los que Cecilia le llevaba, y, lo que es aún peor, sin lograr conciliar el sueño. Con los ojos abiertos y extáticos, se pasaba horas y horas tendido en su lecho, mirando a las tinieblas. En la noche tercera, a eso de las tres, encendió luz, se vistió y se puso a escribir una larga carta a su tío.

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