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Actualizado: 5 de junio de 2025
«¡No sea usted malo! ¡No sea usted tan material!» responde ella, turbándose como una niña aturdida que sospecha haber sido indiscreta, y clava en el mancebo los ojos risueños, arrugaditos, que Visitación cree que echan chispas. El catalán finge que se deja seducir por aquellos ojos y en cada vara rebaja un perro chico. Visitación triunfa.
Veinte duros le he dado a la Visitación por la cantinela... Claro; a mí no me lo había de negar...». Y partiendo de esta idea, volvía a la misma cien y cien veces, describiendo el doloroso círculo. Apeose en la subida a Santa Cruz, y subió al obrador de Samaniego, entrando por el portal, que estaba en la calle de Vicario Viejo. Iba tan decidida, que no tuvo ni la más ligera vacilación.
Al llegar al vestíbulo del primero, oyeron grandes carcajadas.... Era en la cocina. Era la carcajada eterna de Visita. ¡Están en la cocina! dijo Mesía asombrado y recordando otros tiempos. Oye observó Paco ¿no esperaba Visita a Obdulia en su casa para hacer empanadas y no sé qué mas? Sí, ella lo dijo. Entonces... ¿cómo está aquí Visitación? ¿Y qué hacen en la cocina?
Empleaba largos preparativos para colocar los brazos de modo que hiciera la fuerza suficiente para levantar el columpio a pulso.... Al intentar el primer esfuerzo, que desde luego reputó inútil, pensó en la cara que estaría poniendo el Magistral. ¡Aúpa!... gritó abajo Visitación para mayor ignominia.
Sabía que al Vivero iban todos aquellos locos, Visitación, Obdulia, Paco, Mesía, a divertirse con demasiada libertad, a imitar muy a lo vivo los juegos infantiles. Ripamilán se lo había dicho varias veces.
En el bouquet del vino, en el sabor del queso Gruyer, y en las chispas de la champaña, en el reflejo de unos ojos, hasta en el contraste del pelo negro de Ronzal y su frente pálida y morena... en todo encontraba Anita aquella noche belleza, misterioso atractivo, un valor íntimo, una expresión amorosa.... ¡Qué colorada está Anita! le decía Paco a Visitación por lo bajo.
No se explicaba la Regenta cómo Visitación iba y venía de casa en casa, alegre como siempre, risueña, sin miedo al agua ni menos al fango del arroyo... sin pensar siquiera en que llovía, sin acordarse de que el cielo era un sudario en vez de un manto azul, como debiera.
Y en veinticuatro horas se me muere, como si el cielo quisiera castigarme. Es verdad que me queda mi nieto; pero ese Juanito en nada se parece a su padre, y te lo confieso: le quiero poco; no veo en él más que un reflejo lejano de mi pobre hijo. De mi pasado, de aquella época que fue la más feliz de mi vida, sólo me resta Visitación. Es el retrato de la pobre muerta; ¡la adoro!
Ni Visitación ni Paco se atrevían ya nunca a decir nada a don Álvaro alusivo a sus pretensiones amorosas: le dejaban hacer; conocían en la cara de gloria del Tenorio que esperaba el triunfo, que tal vez lo estaba tocando, y comprendían que el pudor, la vergüenza, mejor dicho, exigía un silencio absoluto respecto del caso.
9 ¿No había de hacer visitación sobre esto? Dijo el SE
Palabra del Dia
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