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Actualizado: 16 de junio de 2025
La otra puerta que separaba el comedor del gabinete, tenía los vidrios tapados con visillos de algodón rojo, y cuando alguien la dejaba entornada, fácilmente se oía el tic-tac continuo de un antiguo reloj de pesas, que lanzaba un quejido metálico antes que sonase el timbre en cada hora.
Desde la calle no se ven más que los huecos bañados en claridad misteriosa, los cristales de una sola pieza y los visillos de muselina, en cuyos centros campean cifras artísticas de letras entrelazadas. La habitación es suntuosa.
A la luz del sol, que tamizaban los visillos carmesíes, Julián vio las pupilas dilatadas de la señorita, sus entreabiertos labios, sus enarcadas cejas, la expresión de mortal terror pintada en su rostro. Tengo mucho miedo repitió estremeciéndose. Renegaba Julián de su sosera. ¡Cuánto daría por ser elocuente! Y no se le ocurría nada, nada.
Para que los transeuntes no pudiesen registrarlo había visillos que, a más de ser de lo más ordinario y barato en el género, ofrecían la curiosa circunstancia de ser el uno demasiado largo y el otro tan corto que le faltaba cerca de una cuarta para tapar por completo el cristal de abajo.
Le espiaban, estaba seguro. Atilio, detrás de los visillos, seguía indudablemente sus paseos entre los árboles. Tal vez Spadoni, que había pasado la noche en Villa-Sirena, saltaba de la cama, perdiendo dos horas de sueño, para contemplar esta novedad estupenda. Hasta Novoa habría suspendido su lectura para mirar hacia el jardín. Alicia notó esta soledad. Ni invitados ni servidores.
Una hora antes, cuando estaba ella, lo mismo que en el presente momento, de pie junto á los vidrios, había creído ver por dos veces al gaucho asomándose á la esquina de una callejuela próxima. El rústico jinete iba á pie, vagando por el pueblo, como un trabajador en día de descanso. Al columbrar á la marquesa detrás de los visillos la saludó quitándose el sombrero y enseñando su dentadura de lobo.
Al fin se fue, no muy de su grado. Llenaba la capilla olor de flores y barniz fresco; por las ventanas entraba una luz caliente, que cernían visillos de tafetán carmesí; y las carnes de los santos del altar adquirían apariencia de vida, y la palidez de Nucha se sonroseaba artificialmente. ¿Julián? preguntó con imperioso acento, extraño en ella.
Desgraciadamente, en esta casita de la calle de Moreno, en cuyo umbral se había sentado Pampa, no se veía tras los visillos más que la figura acartonada de misia Casilda, en las tardes de los días festivos... La calle, con ser central y la hora temprana, estaba desierta; el frío era crudísimo.
De aquí que, aderezadas ya desde las tres de la tarde, con el sombrero y los guantes puestos, aguardasen al pie de los balcones, espiándose las unas a las otras por detrás de los visillos. «Ya pasan las de Zamora.» «Ahora vienen las de Mateo.» Sólo entonces se aventuraban a lanzarse a la calle y subir poco a poco y con la debida majestad hasta el paseo, donde hacía ya dos horas la banda municipal ejecutaba diversas fantasías sobre motivos de Ernani o Nabuco para recreo de las niñeras y algunos apreciables albañiles.
Palabra del Dia
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