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Actualizado: 8 de mayo de 2025


Contuvo la respiración un momento, con su mano puesta instintivamente sobre su pecho, como si hubiera querido tranquilizar los fuertes y violentos latidos de su corazón. ¡Ah! desgraciadamente lo es replicó. Ahora conozco la verdad, la verdad terrible... espantosa. Y, sin añadir una palabra más, se cubrió el rostro con sus manos y estalló en un mar de lágrimas.

En cuanto le fue posible acudió a la cita, y después de hacerle prometer que no haría uso de su nombre para nada, le dio cuenta circunstanciada de los trabajos que estaba pasando la inocente niña. Escuchábala pálido, desencajado, sin poder reprimir los violentos y frecuentes golpes de su corazón.

Desnoyers y Argensola se encontraron en un café del bulevar cerca de media noche. Los dos estaban fatigados por las emociones del día, con la depresión nerviosa que sigue á los espectáculos ruidosos y violentos. Necesitaban descansar. La guerra era un hecho, y después de esta certidumbre, no sentían ansiedad por adquirir noticias nuevas. La permanencia en el café les resultó intolerable.

La modesta iglesia de paredes blanqueadas y llenas de una lepra de vejez mal disimulada por unos cuantos cuadros de colores violentos que hacían pensar en el verso de Coppée: Si fuese así, con todo, el Paraíso...

Aquella Clorinda, generala de mil demonios, era una verdadera mujer, que con sólo breves minutos de conversación había perturbado á Castro y tal vez acabase por quebrantar la vida dulce, sin placeres violentos pero sin tristezas desesperadas, que llevaban los huéspedes de Villa-Sirena.

La impresion que se siente al llegar al pequeño hotel que corona la cuesta de Montanvers es profunda y sorprendente para el viajero que llega por primera vez al «Mar-de-hieloDesde la eminencia en que está situado el edificio, batido frecuentemente por violentos huracanes y dominando un abismo, se ve el panorama mas tristemente hermoso y severo que las montañas pueden ofrecer.

Esta estaba pálida y a pesar de los violentos esfuerzos que hacía sobre misma, no podía dominar sus emociones, ni su visible estremecimiento. Felizmente Mathys se equivocó con respecto a aquella emoción.

Aunque venía hacia él, consideró prudente salir á su encuentro y echó á correr con toda la velocidad que le permitía el suelo arenisco surcado por las raíces de los matorrales, que el viento había dejado descubiertas, y en las que se enredaban sus pies, haciéndole dar violentos tropezones.

Diógenes lanzó tal sollozo, que pareció romperse su pecho, como si le estallara el corazón dentro; crujió la cama a los violentos impulsos de su cuerpo, y agitando los brazos en alto, balbuceaba con la lengua cada vez más torpe: ¡Quiero!... ¡Quiero!... ¡Quiero confesar!... ¡María..., María!... ¿Oyes lo que dice la niña?... ¡Quiero confesar!... ¿Pero con quién..., con quién?... ¿Quién me confiesa a , Dios mío?... ¿Dónde hay espuerta tan sucia que reciba mis pecados?... ¡Soy un infame, un perverso!... ¡Me pesa, Dios mío, me pesa!...

¡Vieja! gritó la señorita Guichard. ¡Insolente! Usted verá quién soy yo ... ¡Perfectamente! apoyó Bobart; una demanda de indemnización ... ¡! ¡Ya te daré yo la indemnización! vociferó el hombre con ademanes violentos. ¡Ven aquí, que te voy á hacer que escondas la cabeza debajo del ala, gallo viejo! ¿No te da vergüenza, á tu edad? ¡Vámonos! ¡Está ebrio! exclamó la señorita Guichard. ¡Ebrio!

Palabra del Dia

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