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Actualizado: 4 de junio de 2025


En el segundo piso de la Aduana hay una vasta habitación cuyas vigas y enladrillado nunca han sido cubiertos con torta y artesonado. El edificio, que se ideó en una escala en armonía con el antiguo espíritu comercial del puerto y la esperanza de una prosperidad futura que nunca había de realizarse, tiene más espacio del que era necesario y al que no se puede dar uso alguno.

La maroma va a ceder antes que lleguen cien vigas. Ya , no importa. Y nos costará muchísimos miles. Volvamos y hablaremos más largo. Fernández se encogió de hombros y silbó a los capataces. En el resto del día, sin lluvia pero empapado en calma de agua, los peones tendieron de una orilla a otra en la barra del arroyo, la cadena de vigas, y el tumbaje de palos comenzó en el campamento.

Porque si D. Félix amaba apasionadamente sus tierras, no amaba con menos pasión el oro. Bastante de este precioso metal tenía escondido dentro de las paredes del desván y en los ángulos oscuros de sus vigas. También le preocupaba en aquel instante Flora que debía partir por la mañana para Lorío.

Alrededor de la arcada, espesa hiedra tapizaba las paredes y, trepando hasta el tejado, enlazaba las vigas con su cordaje nudoso y se estremecía alegremente por encima de las tejas.

A veces, alguna viguita sin dueño... ¡Vendo por vigas!... Tres vigas aserradas. Yo mando carreta. ¿Conviene? Candiyú se reía. No tengo ahora. Y esa... maquinaria, tiene mucha delicadeza? No; botón acá, y botón acá... yo enseño. ¿Cuándo tiene madera? Alguna creciente... Ahora debe venir una. ¿Y qué palo querés usted? Palo rosa. ¿Conviene?

Allá en el obraje de Castelhum, más arriba de Puerto Felicidad, las lluvias habían comenzado después de setenta y cinco días de seca absoluta que no dejó llanta en las alzaprimas. El haber realizable del obraje consistía en ese momento en siete mil vigas bastante más que una fortuna.

Pero se tranquilizaba al considerar la solidez de la bóveda: vigas y sacos de tierra se sucedían en un espesor de varios metros. Quedó de pronto en absoluta obscuridad. Otro se había refugiado en el «abrigo», obstruyendo con su cuerpo la entrada de la luz: tal vez su amigo Desnoyers.

En el fondo, y descontados el calor y el whisky, el ciudadano inglés no hacía un mal negocio, cambiando un perro gramófono por varias docenas de bellas tablas, mientras el pescador de vigas, a su vez, entregaba algunos días de habitual trabajo a cuenta de una maquinita prodigiosamente ruidera. Por lo cual el mercado se realizó, a tanto tiempo de plazo.

Las maderas habían comenzado a descender, pero todas ellas, a juzgar por su alta flotación, eran cedros o poco menos, y el pescador reservaba prudentemente sus fuerzas. Esa noche el agua subió un metro aún, y a la tarde siguiente Candiyú tuvo la sorpresa de ver en el extremo de su anteojo una barra, una verdadera jangada de vigas sueltas que doblaban la punta de Itacurubí.

El vientecillo de la tarde mecía ligeramente las ramas del jardín, y al chocar las hojas unas contra otras, producían un murmullo cadencioso y apacible, interrumpido sólo por las agudas notas de alguna golondrina que tenía su nido entre las vigas del tejado.

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