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Actualizado: 27 de julio de 2025


Cuando nosotros llegamos, estaba en su casa un hijo suyo, que nos trató con harto agasajo; y con todo, remediamos á su gente mas que á los indios, y porque nos salió todo bien, estabamos muy alegres, dando gracias á Dios de habernos sacado sin peligro de aquel pueblo. Llega el autor al cabo de San Vicente; navega á España, y por vientos contrarios aporta segunda vez al puerto del Espíritu Santo.

Le hizo describir muchas veces cómo era la tumba del santo en el crucero de la catedral, las apolilladas tapicerías que perpetuaban sus milagros, el busto de plata que guardaba su corazón... Además, la puerta principal de Vannes se llamaba de San Vicente, y los recuerdos del santo estaban aún vivos en sus crónicas. También se propuso visitar esta ciudad cuando el buque volviese á Brest.

Por otra parte, en el hogar tenía su puesto señalado, su esfera de acción, y de esta suerte no podía haber choques ni rivalidades: era el hombre público, el estadista; como Carlitos era el sabio; Vicente, el maestro de ceremonias; Enrique, el calavera, y D. Bernardo, el varón respetable y respetado que esparcía su sombra protectora sobre todos.

Prosiguieron profanando el templo, escudriñando con luces los lugares mas ocultos de él, cercáronle, y sacaron á D. Vicente Fierro y D. Francisco Resa de un casa inmediata, á quienes tambien mataron.

El capitán del primer Almirante, el socio de Vicente Pinzón, el compañero de Juan de la Cosa, el jefe de Américo Vespucio, veíase cada vez más olvidado. Era un desconocido para aquellos mozos que llegaban de España, pasando junto a él sin reconocer sus canas y sus méritos.

Y no podía menos de admirar a su compañero el P. Narciso, que se pasaba las horas muertas confesándolas con la misma afición que el primer día. No sólo las confesaba, sino que, por uno u otro motivo, siempre estaba entre ellas: unas veces eran las Flores de Mayo, otras la novena de las Hijas de María, otras la congregación de San Vicente de Paul, etc.

A más de Pacheco, elogió también al compositor hispalense, entre otros poetas, Vicente Espinel, quien dijo de él «...que si en la ciencia es más que todos diestro, es tan grande cantor como maestro

Cuando al fin salieron a la calle, le dijo: ¿Y qué piensa V. hacer mañana, D. Facundo, con todos esos datos que ha tomado? Procuraré comprobarlos; tengo muchos conocimientos entre los pobres de Madrid. Después trataré de sacar para ella la ración de San Vicente de Paul y mandar al chico primero a un colegio. ¿Por cuenta de V.? Es muy barato: no vayas a creer que se trata de una gran cantidad.

San Vicente Ferrer, pongamos por caso, fue acometido dos veces por lindísimas señoras de él enamoradas, las cuales se llevaron chasco y se quedaron tocando tabletas, a pesar de los esfuerzos que hicieron, y entregadas a los mismísimos demonios, sus colaboradores y guías en esfuerzos tan desenfrenados y lascivos.

Román Montero. Antonio de Nanclares. D. Tomás Ossorio. Sebastián de Olivares. Luis de Oviedo. Alonso de Osuna. Marco Antonio Ortiz. D. Francisco Polo. Dr. Martín Pegión y Queralt. Tomás Manuel de la Paz. José de Rivera. Jusepe Rojo. José Ruiz. El maestre Roa. Maestro Fr. Diego de Rivera. Bernardino Rodríguez. Felipe Sicardo. Bartolomé de Salazar y Luna. Vicente Suárez. Fernando de la Torre.

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