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Actualizado: 9 de octubre de 2025


En fin, mal que bien, estuvo ya la casa adornada, pero ¡oh desgracia! mi amigo tiene un suegro sumamente gordo; verdad que es monstruoso; y es hombre que ha menester dos billetes en la diligencia para viajar; como a éste no se le podía romper la pata como al sofá, no hubo forma de meterlo en casa. ¿Qué medio en este conflicto? ¿Reñir con él y separarse porque no cabe en casa? no es decente. ¿Meterlo por el balcón? no es para todos los días. ¡Santo Dios! ¡que no se hagan las casas en el día para los hombres gordos!

Don Horacio se acordaba de sus desavenencias con su terrible padre, que le habían obligado a viajar por Europa; aquel caballero que salía al encuentro del rey Fernando para pedirle la vuelta a los usos antiguos, y bendecía a los hijos diciéndoles: «Dios te haga un buen inquisidor

Temía hablarla de mi amor; temía indicárselo; temía que ella se violentase, que se fingiese enamorada de para pagarme con un sacrificio inmenso mi protección... ¡No! Esto no podía ser... ¡yo debía continuar con mi careta puesta... es más: debía mostrarme contento, feliz... sólo me quedaba un recurso: estar poco tiempo a su lado y viajar mucho; evitar un momento de olvido. Yo era infeliz.

«Las monzones determinan y fijan con exactitud las alteraciones de la atmósfera, asegurando el tiempo propio de viajar ó navegar sin peligro por aquellos mares, así como el de los vaguios ó temporales, que tienen lugar siempre en los meses de Septiembre, Octubre y Noviembre; y las fuertes tormentas y tronadas en Abril, Mayo y Junio.

Por eso me gusta tanto viajar... Con el ruido del tren, no oigo el mío». Hubo un momento de silencio y tristeza en la mesa; pero aquello pasó, y siguieron charlando. Jacinta observaba que alguien le hacía telégrafos desde la puerta, alzando un poco el cortinón. Salió: era Guillermina. «No, yo no paso. Tengo que irme al momento a la obra le dijo con secreteo . Vengo para encargarte que le hables.

Los graves señores volvieron a evocar por unos momentos a su olvidado compañero. «Hay que hacer algo por el chico de Ojeda.» Y Fernando pasó diez años fuera de España como secretario de Legación, con frecuentes traslados que le hicieron viajar desde las naciones del Norte de Europa a las repúblicas de la América del Sur, siempre acompañado por la protección de los amigos del «malogrado personaje». Pero esta protección se mostraba cada vez más lejana, más tenue, como el recuerdo ya esfumado del grande hombre.

No había motivo racional ya para dejar a Luz en Madrid un verano entero, ni su madre podía resignarse a pasarle en la calle del Barquillo, ni tampoco a viajar con el estorbo peligroso de su hija; y como a ésta lo mismo le importaba entrar en el nuevo colegio con la primavera que con el otoño, la marquesa había preferido la primavera, de la cual pensaba hacer algo como prólogo de su excursión de verano; excursión planeada hasta la nimiedad, durante el invierno, con Leticia y con Sagrario, que habían de representar grandes papeles en ella.

Solamente de vez en cuando, venía a la orquesta, dirigía una mirada dolorosa hacia el palco de Judit y se ausentaba luego murmurando: No está. Esta era su vida; y a excepción de algunas cortas temporadas en que se dedicaba a viajar, siempre con la esperanza de saber algo de Judit, o de obtener algún indicio respecto a su suerte, estaba constantemente en París.

Por eso vemos venir a Madrid para estudiarle tantos artistas extranjeros, y al viajar hallamos por doquiera el reflejo de su maestría. En la historia general del arte es uno de los genios que apartándose de lo convencional muestran el camino de la verdad, fuente de toda belleza.

Mi sobrino el gran Sultan Mahamud me da licencia para viajar de quando en quando para restablecer mi salud; y he venido á pasar el carnaval á Venecia. Después de Acmet habló un mancebo que junto á el estaba, y dixo: Yo me llamo Ivan, he sido emperador de toda la Rusia, y destronado en la cuna. Mi padre y mi madre fuéron encarcelados, y á mi me criáron en una cárcel.

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