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Actualizado: 2 de julio de 2025


Al salir, di al inválido que me acompañaba una moneda de veinte francos. No la quiso. Le insté; no la quiso. Volví á instarle, casi le supliqué; no la quiso. Esto no se encomia con palabras. El creerá que el Napoleon que allí tiene, vale mucho más que los cuatro napoleones que yo le daba, y cree muy bien. ¡Salud al viejo, al noble, al digno veterano!

Esta segunda guerra, más ardiente tal vez aunque menos brillante que la anterior, pareciome buen asunto para otras diez narraciones, consagradas a la política, a los partidos y a las luchas entre la tradición y la libertad, soldado veterano la primera, soldado bisoño la segunda; pero ambos tan frenéticos y encarnizados, que aun en nuestros días, y cuando los dos van para viejos, no se nota en sus acometidas síntoma alguno de cansancio.

Esto hizo que se hablara sobre los frecuentes casos de longevidad de Filipinas, y el que dijera á mi amigo que entre aquellos alumbrantes irían muchos de ochenta y noventa años, á lo que me replicó aquel, que conocía un antiguo veterano que llevaba más de cuarenta años cobrando su retiro, siendo de advertir que al salir del ejército ya tenía el máximun de tiempo, debiendo por lo tanto cifrar en más de cien años.

Sarto, el irrespetuoso veterano, le dio un fuerte puntapié, pero no se movió. Entonces noté que la cara y cabeza del Rey estaban tan mojadas como las mías. Ya hace media hora que procuramos despertarlo dijo Tarlein. Bebió tres veces más que cualquiera de nosotros gruñó Sarto. Me arrodillé y le tomé el pulso, cuya lentitud y debilidad eran alarmantes.

No menos complacido que el arquero quedó Tristán, pero se limitó á abrir la bocaza y entornar los ojos, que era su manera de sonreirse, procurando con ambas manos ponerse el casco de Simón sobre la enorme melena roja. ¿Vienes á quedarte con nosotros, petit? preguntó el veterano, dando golpecitos en la espalda de Roger.

El venerable veterano se levantó inmediatamente que nos vió entrar, y nos alargó una mano trémula; pero que aún conserva el santo calor del cariño. No habiamos terminado los primeros cumplidos, cuando el viejo tenia los ojos arrasados en lágrimas.

Y el posadero, detrás de la ventana, al verle alejarse a buen paso, se decía: ¡Qué pálido estaba cuando entró! No podía sostenerse sobre las piernas. ¡Es raro! Un hombre rudo, un veterano que se asusta de tan poca cosa. Por mi parte, ya puedo ver pasar cincuenta regimientos tendidos sobre los carros y me preocuparía tanto de ellos como de mi primera pipa.

Que será matar al Rey dijo Tarlein. Se guardará bien de hacerlo repuso Sarto. Tres de los seis están en Estrelsau continuó Tarlein. ¿Tres no más? ¿Está usted seguro? preguntó el veterano coronel con vivo interés. Segurísimo. La mitad de la cuadrilla. ¡Pues entonces el Rey vive, porque los otros tres están vigilándolo en su prisión! exclamó Sarto. ¡Verdad es! dijo Tarlein.

Pues entonces dije con un ademán de despedida, ¡hasta nuestra próxima entrevista, que espero nos permitirá conocernos mejor! ¡Y para ello, ojalá que Vuestra Majestad nos proporcione pronta oportunidad! agregó Ruperto altaneramente; y al pasar junto a Sarto miró a éste con tal expresión de desprecio y burla que el veterano apretó los puños y sus ojos brillaron amenazadores.

La experiencia del uno hacía contrapeso a la natural irreflexión y fogosidad del otro. Algo debía de sufrir con ello el veterano sabueso. Cuando Paquito se ponía guasón lo era de todas veras: le tiraba bárbaramente de las orejas, le tapaba el hocico y hasta llegaba en ocasiones ¡oh sutil refinamiento de crueldad! a meterle los dedos por los ojos.

Palabra del Dia

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