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Actualizado: 21 de mayo de 2025


Contra su costumbre, quedóse un buen cuarto de hora pensativo mirando rodar las bolas de marfil sin verlas. Don Feliciano se había ido. Al fin su robusto temperamento sanguíneo se sobrepuso a aquellas nerviosidades insanas que pretendían turbarle. Alzóse del asiento.

¡Ventajas! ¡ventajas! tengo la desgracia de no verlas, señor contestó con voz apagada don Rodrigo ; si llamáis ventajas el haber logrado que se sienten á vuestra mesa y hablen como amigos el señor duque de Uceda vuestro hijo, el conde de Olivares y don Baltasar de Zúñiga... Por el momento parecen desalentados, vienen á nosotros, olvidan sus diferencias y se estrechan las manos.

Verlas Velázquez y colocar la guitarra sobre la mesa fué todo uno. ¡Ea! dijo levantándose con calma amenazadora. Ya se ha concluído. Y cogiendo á la joven por un brazo: Anda, anda, guasona... ¡Maldita sea tu estampa! Y la arrojó á empellones del cuarto, cerrando la puerta después. Los tertulios se lo recriminaron sin excepción. No hay razón para eso, Velázquez. Para bailar se necesita el humor.

Guiñaba los ojos y acompañaba este gesto con un ademán obsceno para indicar que eran algo más que «alegres» las tales cosas. A continuó me interesan las bromas que se permitían los antiguos; no hay una que se me escape. Venga usted, tío, y se divertirá un rato. Usted, como todos los que creen conocer la catedral, habrá pasado muchas veces junto a esas cosas sin verlas.

-Vamos, señor -dijo Sancho-, que las barbas y lágrimas destas señoras las tengo clavadas en el corazón, y no comeré bocado que bien me sepa hasta verlas en su primera lisura. Suba vuesa merced y tápese primero, que si yo tengo de ir a las ancas, claro está que primero sube el de la silla. -Así es la verdad -replicó don Quijote.

Sólo te quería decir que ya que no me acabes el piso, me des siquiera unas vigas viejas que tienes en tu solar de la calle de Relatores... Ayer fui a verlas. Si me las das, yo las mandaré aserrar... Vaya por las vigas, que no son viejas. ¡Si están medio podridas! ¡Qué han de estar!

El gesto de inocente sorpresa que hizo al verlas a pie, confundidas entre la cursilería dominguera, fue una verdadera puñalada para las tres mujeres. Todo hería su susceptibilidad. Roberto del Campo, que iba con algunos amigos, las saludó con la más seductora de sus sonrisas; pero ellas creyeron distinguir en sus labios una irónica expresión.

A medida que el cazador avanzaba, aumentaba el número de rebaños; y no eran solamente rebaños de ganado los que huían, unos mugiendo, otros berreando, sino también bandadas de ocas que se extendían hasta perderse de vista, gritando, graznando, arrastrando sus buches a lo largo del camino, con las alas abiertas y las patas medio heladas; ¡daba pena verlas!

No lo pienses... Este caso mío no es como otros casos dijo Isidora, haciendo los mayores esfuerzos para que su acento expresase la convicción firmísima de su alma . Para juzgar las cosas conviene verlas completas.

Llevaba más de una semana de dulce embriaguez. Jamás había creído que la vida fuese tan hermosa. Vivía en una dulce inconsciencia. La ciudad no existía para él. Le parecían fantasmas todos los que le rodeaban; su madre y Remedios eran como seres invisibles a cuyas palabras contestaba sin tomarse el trabajo de levantar la cabeza para verlas.

Palabra del Dia

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