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Actualizado: 23 de julio de 2025


Cuando la campana sonó, Lidia le tendió la mano y se dispuso a subir. Nébel la oprimió, y quedó un largo rato sin soltarla, mirándola. Luego, avanzando, recogió a Lidia de la cintura y la besó hondamente en la boca. El tren partió. Inmóvil, Nébel siguió con la vista la ventanilla que se perdía. Pero Lidia no se asomó.

Parecía que el diablo se empeñaba en ponérmelas delante y que se había encarnado en mi tía; porque, como si no me acompañara para otra cosa, no cesaba de apuntármelas con el dedo, ni de exclamar: «¡Mira Fulano!» «¡Mira Menganita!...» «Casa-Vieja te saluda...» «Agur, Ramiro». ¡La hubiera arrojado por la ventanilla de muy buena gana!

Ramoncito, entregado también a sus melancolías, limpiaba con el pañuelo el cristal de la ventanilla para sumergir la mirada en las calles solitarias y en el cielo poblado de estrellas. Cuando llegaron a Fornos vieron el coche de la Amparo, en espera. Llegamos un poco tarde. Nos va a sacar los ojos esa tía dijo Castro apresurándose a entrar.

¡Ya lo creo!... No sólo porque en ella se goza de un espectáculo mil veces más hermoso que desde esta ventanilla, sino porque habría conversado con el maquinista, en grande. ¡Yo no me explico, che, Lorenzo, estos gustos de Melchor!... ¡estas excentricidades!... ¡Conversar con el maquinista!... Asómbrate cuanto quieras; pero confiesa que sin motivo fundado.

Elena miraba pasar por la ventanilla las estaciones y los pueblos con una emoción que parecía sufrimiento. ¿Llegamos pronto a París? preguntaba ansiosa. Todavía no; yo la advertiré a usted. ¡Ahí está París! exclamó al ver la inmensa extensión de casas y monumentos que surgía en el horizonte. Y se puso muy pálida.

Después de un breve silencio, dijo Lorenzo: Cómo se quieren, ¿eh?... Y cómo tarda Melchor respondió Ricardo, asomándose por la ventanilla. Melchor, entretanto, contestaba al telegrama de Clota, que decía así: «Señor Melchor Astul. Bragado. En el tren de las 11,20 a. m. Y yo vivo en ti; viajo contigo, porque te has llevado mi pensamiento. Clota

¡Ahí está Hipólito!... exclamó Melchor y asomándose por la ventanilla del coche que aun marchaba, le gritó: ¡Hipólito!... ¡Hipólito!... ¡aquí!... ¿Quién es ése, ché? El cochero de la estancia... ¡verán qué tipo!... toma tu valijita, Lorenzo... y para ti Ricardo, toma... ¡ que no puedes pasarte sin los diarios!... ¡No seas pavo!...

Bien comprendía que las señoras le estaban mirando y no con gran benevolencia. Al cabo de un rato, como en realidad no podía ni tenía deseo de conciliar el sueño, se alzó del asiento y se asomó a la ventanilla. La noche era clara y tibia; la vasta llanura erizada de lomas se extendía debajo de un cielo tachonado de estrellas.

Volví a sacar la cabeza por la ventanilla riendo, y sumergí mi vista extasiada en el radioso espectáculo que delante de se ofrecía. Aquel panorama despertaba en mi alma una gozosa emoción. Todo parecía reír. La luz caía como una gloria del cielo sobre los campos.

Al llegar a las curvas, el viejo landó se torcía y rechinaba como si fuera a hacerse pedazos. La superiora y Catalina rezaban; el demandadero gemía en el fondo del coche. ¡Alto! ¡Alto! gritaron de nuevo. ¡Adelante, Bautista! ¡Adelante! dijo Martín, sacando la cabeza por la ventanilla. En aquel momento sonó un tiro, y una bala pasó silbando a poca distancia.

Palabra del Dia

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