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Su Majestad se había incorporado en el lecho. Aún tenía puesta la venda. El general avanzó lentamente, con respeto y cortedad. Extendió la mano con el candelero. La luz iluminó de lleno el semblante de D. Carlos, en el cual no resplandecía ningún destello ni aun chispa leve de inteligencia. Zumalacárregui dijo con voz ahogada por la emoción: «Señor»: y se inclinó. Parecía un pino que se dobla.

Acontece tener un padre un hijo feo y sin gracia alguna, y el amor que le tiene le pone una venda en los ojos para que no vea sus faltas, antes las juzga por discreciones y lindezas y las cuenta a sus amigos por agudezas y donaires.

No alcanzan perezosos honrados triunfos ni vitoria alguna, ni pueden ser dichosos los que, no contrastando a la fortuna, entregan, desvalidos, al ocio blando todos los sentidos. Que amor sus glorias venda caras, es gran razón, y es trato justo, pues no hay más rica prenda que la que se quilata por su gusto; y es cosa manifiesta que no es de estima lo que poco cuesta.

Ordenose el mayor silencio para no molestar a Su Majestad, que no quiso tomar más que un huevo cocido y un poco de chocolate claro. Pidió agua helada; pero en esto no le podían complacer. Quedose solo, y al poco rato llamó pidiendo le llevaran una venda y un poco de sebo para ponérselo en la frente.

Cae entonces la venda que lo cegaba; se apodera de una carta, y ve confirmadas sus sospechas. Manda que Ana sea presa por su mismo padre; ha sacrificado todo á su amor, aun oponiéndose á sus mejores inclinaciones, y se encuentra ahora vendido evidentemente. ¿A quién ha de dirigirse en este trance, sino á su esposa Catalina?

Uno, dos, tres, cuatro.... ¡Yo me muero! Quita, quita dijo Florentina, poniéndose en pie, y haciendo levantar tras ella a su primo . Señor doctor, ríñale usted. Teodoro gritó: ¡Pronto... esa venda en los ojos, y a su cuarto, joven! Confuso volvió el joven su rostro hacia aquel lado. Tomando la visual recta vio al doctor junto al sofá de paja cubierto de mantas. ¿Está usted ahí, Sr.

Sin saber cómo, dejose ir la dama al impulso de una espontaneidad violenta que en su espíritu bullía, y contó a su amigo el incidente de la bata, sorprendida por el esposo en un momento en que se alzó la venda... «¡Pobrecito!, no le gusta ver en cosas que le parecen de un lujo excesivo... y quizás tenga razón...». De aquí pasó la Pipaón a consideraciones generales.