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Actualizado: 28 de noviembre de 2025
Mandó Sancho despejar la sala, y que no quedasen en ella sino el mayordomo y el maestresala, y los demás y el médico se fueron; y luego el secretario leyó la carta, que así decía: A mi noticia ha llegado, señor don Sancho Panza, que unos enemigos míos y desa ínsula la han de dar un asalto furioso, no sé qué noche; conviene velar y estar alerta, porque no le tomen desapercebido.
Si no lo he denunciado con tiempo ha sido por excusarme de un proceso... de una prisión... de un tiempo perdido durante el cual no podría velar por Dorotea... por ella, que es todo lo que me interesa en el mundo... por ella, que es... mi vida, mi pensamiento único... á la que me he sacrificado, que es desgraciada... no, no; yo he debido conservar mi libertad á todo trance... he hecho bien en callar... el crimen ha pasado sin que nadie le conozca... Guzmán, el incitador de este crimen, está muerto... no puede traslucirse... puedo, pues, consagrarme entero á Dorotea.
En su mente germinaba un concepto singular de la autoridad conyugal: parecíale que su marido tenía derecho perfecto, incontestable, evidente, a vedarte todo género de goces y alegrías, pero que en el sufrimiento era libre y que prohibirle el padecer, el velar y el consagrarse a la enferma, era duro despotismo.
Cuando volvió al hotel subió a la cámara mortuoria, y allí halló a Juanilla, transida de miedo y de cansancio, velando a la difunta. La criada le dijo, en son de queja, que la señorita Lucía le había encargado velar un rato, pero que el rato era ya muy largo, larguísimo, y que ella no podía más.
Viéndola reír, se expresó así: «Pues con el sueñecito que he echado perdí la situación, chica, y al despertar, no me acordaba de que habías quedado ahí... Y viéndote ahora, me decía yo, en ese estado de torpeza que divide el dormir del velar: ¿pero es ella la que veo? ¿Cómo y cuándo ha venido a mi casa?».
Velar por el rebaño que Dios os ha confiado debéis, y no entremeteros en asuntos terrenales, y mucho menos en conspiraciones y luchas políticas, que eso, que nunca está bien en una mujer, no puede verse sin escándalo en una monja, y en monja que tiene el más alto cargo á que puede llegar, y por él obligaciones que por nada debe desatender.
El gigante, al salir del palacio ruinoso para correr la selva, había creído prudente llevar con él á su traductor. Así me acompañará alguien de la Comisión encargada de velar por mi seguridad.
Y si el magistrado tenía razón, la severidad de sus palabras estaba justificada; pero más aún que la severidad de aquel hombre, lo confundía de manera indecible la íntima conciencia del mal causado al ser por quien él debía y había querido velar con todas sus fuerzas.
La madre de Lita insistió mucho en quedarse a velar; pero yo no lo consentí, porque tampoco lo hubiera consentido el enfermo ni le hubiera sentado bien la mera sospecha de tratarse de ello, con lo receloso y aprensivo que se ponía a medida que las tinieblas iban invadiéndole la alcoba.
Medio ahogándose, iba y venía de un cuarto a otro y renegaba de todo y de todos: de la clínica, del personal, de la enfermera, que se dormía en vez de velar. Cuando entró el doctor, le recibió lleno de ira. ¡Tiene gracia esta casa de locos! gritaba sin dejar de andar . ¡Vaya una casa de locos! Ni siquiera cierran las puertas de noche, y cualquiera... si le da la gana... ¡Me quejaré!
Palabra del Dia
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