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Actualizado: 2 de octubre de 2025


En poco tiempo Joshé borró su apodo de Cracasch. La Celedonia Arizmendi había notado la transformación de Joshé y sabía la parte que en este cambio le correspondía a ella. Joshé veía que la muchacha le miraba con buenos ojos; pero era tan tímido que nunca se hubiera atrevido a decirle nada.

Mientras estuvieron solos, Bringas y su mujer apenas hablaron. Ella no cesaba de mirarle, con la esperanza de que, cuando menos se pensase, recobraran aquellos ojos atónitos el don preciosísimo para que fueron criados; él empezaba a ejercitar el sentido peculiar de los ciegos, el tacto, y la veía con las manos, ya estrechando las de ella, ya palpándola cariñosa y detenidamente.

Con 800 destacó al citado coronel para que atacase á Correa, quien el 13 de Abril se veia forzado á abandonar la angostura de la Grita, en donde estaba bien atrincherado. Entonces Bolívar se dirigió á Venezuela con sus exiguas fuerzas, pero con buenos oficiales.

Que no nos venga aquí echándosela de plancheta con su neísmo». En suma, que mi hombre se veía más respetado y considerado desde que se las tuvo tiesas con su tía la mañana de marras.

Himno de muerte parecía el rugido de sus armas, y en su mismo estertor... ¡ay! frente a ella irguióse su conciencia: ¡cuán manchada! Entonces, al clangor estrepitoso que producían, al herir, las balas, veía al pueblo defender sin miedo la idea que tus párrafos inflama.

Estaba él orgulloso de aquella pechera, de aquel frac madrileño, de aquellas botas sin tacones que eran la última moda, lo más chic, como ya empezaba a decirse en Vetusta. Pero él no pensaba en esto, pensaba en que, según veía, tarde ya, le tocaba romper la marcha; su bis a bis era Trifón, y Trifón había empezado a ponerse en movimiento. Trabuco sudaba antes de haber motivo para ello.

Media hora después, una de las criadas de Beatriz veía entrar en el patio de la casa al nieto de don Íñigo trayendo en una mano una ancha espada toda roja de sangre y en la otra la cabeza del perro. ¡Válame Dios y Santa Quiteria; ya le mataron! exclamó la mujer. Luego, mirando atentamente el sangriento despojo, agregó: ¡Pobre Cerbero, y cómo me echaba las manos al pecho para lamerme en el rostro!

Al borde mismo del mar, un sendero pedregoso pasaba por encima de un acantilado cuyo pie estaba horadado y formado por rocas desprendidas. Las olas se metían por entre los resquicios de la pizarra, en el corazón del monte, y se las veía saltar blancas y espumosas como surtidores de nieve. Algunos chicos no se atrevían a asomarse allí, de miedo al vértigo; a me atraía aquel precipicio.

María Teresa no podía sorprenderse de los extraños efectos alucinantes de un pensamiento absorto. ¿No había evocado ella hacía un momento, lo que veía allí, en aquel cuarto? Comprendió que su verdadera imagen se sobreponía al sueño interior de Juan; respetando su locura permaneció ante él, muda y pensativa, no osando moverse.

No se dejó en el tintero ninguna de las partes de la fiesta, y en toda su charla macarrónica se veía claramente la idea de representar en el pobre toro aburrido y pinchado por todas partes al partido cristino, de quien daban cuenta al fin, rematándolo, los apostólicos, representados en el simbólico circo por espadas, picadores y puntilleros.

Palabra del Dia

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