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Actualizado: 6 de julio de 2025


No obstante, protegidos por el niño de la casa, compañero nuestro de colegio y de juego, nos atrevíamos á llegar cerca del leal Cerbero y hasta aproximar nuestra mano á su terrible boca, acariciándole dulcemente la cabeza. El monstruo se dignaba al fin reconocernos y meneaba su rabo con benevolencia en señal de hospitalidad.

Quiero que al cuerpo que aquí está enterrado, Vuelvas el alma que le daba vida, Aunque el fiero Caron del otro lado La tenga en la ribera denegrida, Y aunque en las tres gargantas del airado Cerbero esté penada y escondida, Salga, y torne á la luz del mundo nuestro, Que luego tornará al escuro vuestro; Y pues ha de salir, salga informada Del fin que ha de tener guerra tan cruda, Y desto no me encubra ó calle nada, Ni me dexe confuso y con mas duda La platica desta alma desdichada, De toda ambiguidad libre y desnuda Tiene de ser.

Media hora después, una de las criadas de Beatriz veía entrar en el patio de la casa al nieto de don Íñigo trayendo en una mano una ancha espada toda roja de sangre y en la otra la cabeza del perro. ¡Válame Dios y Santa Quiteria; ya le mataron! exclamó la mujer. Luego, mirando atentamente el sangriento despojo, agregó: ¡Pobre Cerbero, y cómo me echaba las manos al pecho para lamerme en el rostro!

Y para que ni un instante escapasen a su vigilancia, plantó las tres estacas en un jardinillo bien murado y resguardado por dos negros colosales y una jauría de perros bravos. Pero fíese usted de murallas como las de Pekín, en gigantes como Polifemo y en canes como el Cerbero, y estará más fresco que una horchata de chufas.

Era cosa imposible, porque el sistema de clausura empleado en la joven por sus tres carceleras, por aquel Cerbero femenino de tres cabezas y tres cuerpos, era inexorable. Clara vivía peor que un cenobita, peor que esos prisioneros de que hablan las historias antiguas, sepultados en vida, cuerpos vivos para el dolor y los horrores de la soledad. ¡Dios tenga piedad de esta infeliz!

Una vez en la cuadra del granero, mientras buscaba su talabarte, Medrano contó brevemente lo que pasaba. En la vecina heredad, Cerbero, el perrazo que servía de guardián en los portones, se había vuelto rabioso, mordiendo a un lacayo y escapando hacia el monte.

Palabra del Dia

godella

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