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Actualizado: 6 de julio de 2025


«Haz lo que debas y suceda lo que sucedaAsí terminó el cura los consejos paternales que le dió, para que siguiese impávida en la senda de la virtud. Á los pocos días, habiendo salido Varmen al olivar para buscar una gallina que se había extraviado, se presentó de repente á su vista el guarda. ¿Huyes? le dijo su perseguidor. ¡Huyes de , porque te acusa la conciencia!

Oiga Vd., prosiguió su interlocutor: no es de ahora que noto yo que me huye Vd. la cara. No huyo la cara ni á Vd. ni á nadie, contestó Varmen; pero no soy amiga de dar conversación á los hombres. Ni yo de sembrar para no coger: ¿está Vd., Varmen? ¿Vd. me desprecia á ? No, señor; yo no acostumbro á bajar á nadie de su estado. ¿Yo? No, señor: yo no abro mi ventana. Á otro se la abrirá Vd.

Varmen, la mayor, que unía á su timidez juicio y dulzura, era bien querida en el lugar, en que, hablando de ella, sellaban su elogio con decir, según la expresión del país, que era arrimadita á la iglesia.

No, señor; ni al lucero del alba que viniese con una torta en la mano. Pues por eso digo, que en cambio de mi voluntad que le he dado, me da Vd. un desprecio. Yo no desprecio á Vd. ¡Pero no me quiere dar oídos! Si no es hoy, mañana será; ó he de poder poco. Señor, exclamó azorada y ofendida Varmen. ¡Á carrera larga nadie escapa!, repuso el guarda, cogiendo su escopeta y alejándose.

Varmen notó con sobresalto que cuando venía el guarda al castillo á las horas de las comidas, tenía fija tenazmente sobre ella su atención. Las flores de los jardines quieren las brisas de primavera para ostentarse: en las cabezas de las mujeres, quieren las alegrías, que no todas tienen, ¡ni aun en la juventud!

Á la mañana siguiente, vió entrar el cura en su casa á Varmen, la que deshecha en lágrimas le refirió lo que le había pasado. No te apures, hija, le dijo, cuando hubo concluido de hablar: ésos son espumarajos del coraje, que cae cuando la razón vuelve á adquirir su imperio. ¡Padre, no le conocéis! repuso sollozando Varmen, es un desalmado. ¡No salgáis, por Dios, mañana; que os va á matar!

Apenas concluía la contadora su cuento, cuando entró el guarda, que sin decir palabra, se acercó á ellas, puso su escopeta á su lado, se apoyó en el pilar del pozo, y se puso á picar un cigarro. Varmen se sintió desconcertada y fatigosa con la presencia de aquel hombre que la repelía, y tuvo deseos de alejarse. ¡Esquiva! dijo el guarda; ¡eso es de casta! Varmen permaneció callada.

Una mañana estaba Varmen en el patio, lavando en una media tinaja empotrada en un poyo adherente al pozo: á su lado estaban jugando sus hermanas y los hijos del manijero. Varmen no prestaba atención ni á sus juegos ni á lo que decían: en cuanto á nosotros, no podemos pasar cerca de un grupo de niños sin detenernos para observarlos.

La pobre Varmen quedó atribulada; y al domingo siguiente, cuando fué al lugar, le contó al cura, que era su confesor, lo que le había pasado con el guarda, y tenía perturbado su ánimo, hasta entonces tan sereno.

¿La conciencia? contestó Varmen. «Culpa no tiene quien hace lo que debe.» «Obrar bien... ¡Que Dios es Dioscontestó Varmen, con la calma propia en el momento de las grandes crisis. ¡Varmen! por última vez... ¿me desechas? , contestó Varmen con la palidez del pavor en el rostro, y la firmeza del buen propósito en el acento.

Palabra del Dia

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