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Actualizado: 12 de mayo de 2025
El servicio de los cañones estaba listo, y advertí también que las municiones pasaban de los pañoles al entrepuente por medio de una cadena humana semejante a la que había sacado la arena del fondo del buque. Los ingleses avanzaban para atacarnos en dos grupos. Uno se dirigía hacia nosotros, y traía en su cabeza, o en el vértice de la cuña, un gran navío con insignia de almirante.
El mar luminoso, azul, estaba cortado por una ancha faja de reflejos de sol, camino de fuego triangular que descansaba su vértice en el horizonte y su base incierta y temblona en un costado del buque. Las cumbres de las pequeñas ondulaciones palpitaban erizadas de fulgores como fragmentos de espejo.
Realmente, aquella llama en el vértice de la roca debía tener el aspecto de algo sagrado y religioso. Cuando se calentó el hornillo de la roca, ardían lo mismo las hierbas secas que las verdes; pero pronto dejé talado todo el peñasco, sin el menor rastro de vegetación. Pasó una hora y otra; llegó el mediodía. Impaciente, escudriñaba el mar. Nadie se acercaba.
El pecho de la camisa estaba abierto en todo tiempo, dejando ver un matorral de pelos blancos. Los pantalones se sostenían invariablemente con un solo botón, y cuando el viento levantaba la camisa, salía á la luz un nuevo triángulo peludo y blanco, con el vértice hacia arriba, que era continuación del triángulo enmarañado del pecho, con el vértice hacia abajo.
Una concha de nácar era su carroza, y seis delfines tiraban de ella con jaeces de purpúreo coral. Los tritones, sus hijos, llevaban las riendas. Las náyades, sus hermanas, golpeaban el mar con las escamosas colas, irguiendo sus troncos de mujer envueltos en la magnificencia de una cabellera verde, entre cuyos bucles asomaban las copas de los senos con una gota temblona en el vértice.
Que sea el objeto vértice del ángulo de visión del pintor, y no el pintor vértice del ángulo de contemplación del panorama, como lo es el novelista. El pintor que pinta cuadros de más de dos metros cuadrados, es inexorablemente un pintor superficial.
La parte antigua, tendida hácia la márgen del Mosela y el vértice de la confluencia, contiene los pocos monumentos dignos de alguna atencion, como la catedral y varias iglesias; allí no hay sino calles estrechas, caprichosas, muy irregulares y sucias, y es en esa parte donde se concentra casi toda la actividad industrial y comercial.
Era hermosa, con una belleza más perturbadora que correcta. Su tez levemente dorada con el color de la naranja, sus ojos rasgados y algo subidos en su vértice, la abundante cabellera, que parecía retorcerse y vivir como un haz de serpientes negras escapándose de la opresión de las horquillas, le daban un encanto exótico.
Y él, satisfecho del papel de hombre serio que le asignaban, reía pocas veces, vestía fúnebremente, sin el menor color disonante sobre sus negras ropas; prefería oír pacientemente cosas que no le importaban a aventurar una opinión, y estaba contento de engordar prematuramente, de que su cráneo se despoblara, brillando con venerable luz bajo las lámparas del salón de sesiones, y de que en el vértice de sus ojos se fuera marcando la pata de gallo de la vejez prematura.
Finalmente, sólo el vértice es bastante alto para ver el sol, dominando la curva de la tierra; se ilumina como con una chispa: parece uno de esos prodigiosos diamantes que, según las leyendas del Indostán, fulguraban en la cumbre de las montañas divinas. Súbitamente desapareció la llama; desvanecióse en el espacio.
Palabra del Dia
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