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Es sierto que no estuve bien, lo reconosco... Pero ya verán ustés en la prósima corría, así que aclare el tiempo... Se hará lo que se puea. En ciertos cafés de la Puerta del Sol, donde se reunían otros aficionados de clase más modesta, no se atrevía a entrar.

Mónica seguía: Yo tengo la tema de que los señores se gastan ustés el dinero con las que valen menos: toos los cabayeros de Madrid se están ustés arruinando por docenas de mujeres perdías y las mejores se las dejan pa los estudiantillos y los horteras. ¡Hay por ahí ca menestral, y ca señorita cursi..., y ustés gastándose el dinero con unos plumeros!

Por eso los de la clase baja somos unos borregos. ¡Pero si estuviera aquí don Joselito!... ¡Por vía e la paloma azul! ¡Si le oyesen ustés cuando se suerta a hablar como un ángel!...

Cuando don José, el apoderado de Gallardo, y otros amigos del maestro combatían zumbonamente sus doctrinas, a la hora de sobremesa, con objeciones extravagantes, el pobre Nacional quedaba en suspenso, rascándose la frente. Ustés son señores y han estudiao, y yo no leé ni escribí.

Llevábase una mano a la espalda para rascarse con dolorosos desperezos, pero sonreía, mostrando su amarilla dentadura de caballo. ¿Habéis visto ustés que güeno ha estao Juan? decía a todos los que le rodeaban . Hoy viene güeno de veras. Al reparar en la única mujer que estaba en el patio y reconocerla, no mostró extrañeza. ¡Usté por aquí, señá Carmen! ¡Tanto güeno!...

Ya te lo había yo anunciao, que no tendrías hígados pa decir a esta vieja en su cara lo que a me dices cuando sabes... Adiós, hombre, adiós, y que seáis felices. ¡Bueno te vas a poner de huesos! ¡Mia que se podían sacar hormillas de esta buena señora! Y dirigiéndose a la esposa ofendida, añadió : Guárdelo usted como oro en paño, que todavía pueden ustés tener familia.

Venía el bárbaro dando resoplidos, cual si le rindiera la fatiga de tanto negocio como entre manos traía, y arrojando su pavero en el rincón y limpiándose con un pañuelo en forma de pelota el sudor de la nobilísima frente, soltó este gruñido: «Vengo de en ca Bicerra... ¿Ustés me recibieron?

Yo le mandé que él y un gañán se colocasen tras las dos hojas. «Cuando os diga «¡ahora!», abrís de par en parMonté en la jaca y me puse el revólver en la mano. «¡AhoraSe abrió la puerta, y yo salí echando demonios. Ustés no saben lo que es la probesita de mi jaca. Me sortaron no cuántos tiros, pero ¡na!

Bueno, pues mire usted, yo se lo diré a usted en cuanto huela que la señorita está por usté; antes no porque me quedo en mitá de la calle: luego ustés harán lo que quieran; pero le azvierto a usted una cosa, y es que..., la verdad, yo no si la señorita el día de mañana le pondrá a usted buenos ojos, no la conozgo bastante... y ya sabe usted lo que son las señoras...; lo que , de seguro, es que tiene mucho miedo a la vecindaz, que está llena de amigas y conocías suyas por toos laos; en casa no entra dengún señor... y, en fin, que en cuanto se asome usted por allí, ha perdío usted el pleito.

Adivinábase en él un deseo de hablar, de alabarse de sus hazañas, de pagar la hospitalidad asombrando a sus bienhechores. Ustés habrán oído hablá de lo que hise el mes pasao en er camino de Fregenal. ¿De veras que no saben na de eso?... Me puse en er camino con er compañerito, pues había que parar la diligensia y darle una razón a un rico que se acordaba de a toas horas.