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Un gesto de entusiasmo y de ternura conmovía los labios afeitados del marqués y las blancas patillas al recordar los altos hechos de algunos animales salidos de sus dehesas. ¡El toro!... ¡El animá más noble der mundo! Si los hombres se le paresiesen, mejor andaría too. Ahí tienen ustés al pobre Coronel. ¿Se acuerdan de aquella alhaja?

Al aproximarse la Semana Santa, el capitán Chivo no podía soportar su alejamiento de Sevilla, y se despedía de las hijas con un gesto de padre intransigente y severo. Niñas: me voy. A ve si son güenas ustés. Que haiga formaliá y desensia... La compañía me espera. ¿Qué diría si fartase su capitán?...

Al fin, el matador se fijaba en ellos: «Pueen ustés retirarse.» Y la cuadrilla salía empujándose, como una escuela en libertad, mientras el maestro continuaba escuchando los elogios de los «inteligentes», sin acordarse de Garabato, que aguardaba silencioso el momento de desnudarlo.

Los dos jóvenes se miraban con cierta vehemencia; pero al hablarse experimentaban una gran timidez, como si no se conocieran desde niños, como si no hubiesen jugado juntos cuando el señor Paco venía de tarde en tarde a visitar a su viejo camarada en la viña. El padrino sonreía socarronamente viendo la turbación de los muchachos. No parece sino que ustés no se han visto nunca.

Los de la cuadrilla poníanse serios, con una gravedad temerosa, pensando en los escapularios y medallas que manos femeniles habían cosido a sus trajes de lidia antes de salir de Sevilla. El espada, herido en sus adormiladas supersticiones, irritábase contra el Nacional, como si viese en esta impiedad un peligro para su vida. ¡Caya y no digas más barbariaes! Ustés perdonen.

Esperamos al coche que volvía de Seviya, y el coche yegó. El compañerito, que tié unas manos de oro pa pará a cualquiera en er camino, le dio el alto al mayoral. Yo metí la cabesa y la carabina por la portesuela. Gritos de mujeres, yoros de niños, hombres que na desían, pero que paresían jechos de sera. Y yo dije a los viajeros: «Con ustés no va na.

No la hagan ustés caso continuó, dirigiéndose a los dos jóvenes ; le tié tirria a la Nicanora porque la chica está por . La semana pasá se tiraron del pelo y fueron a la delegación del distrito. Que sus den morcilla a los dos dijo la gorda con bronco vozarrón.

No puede ser. ¿Ve uté aquel rinconsito tan apañaito donde ya no da el sol? Pues allí nos vamo á sentá uté y yo... pa que uté me diga algo... porque ésta es la hora en que no me ha dicho todavía que tengo los ojos así y la boca andando y el talle de esta manera y los cabellos de la otra... en fin, toas esas simplesas que disen ustés los hombres cuando están ajumaos.

Esta hora no trastornaba sus planes. Aparecieron don Carmelo y el primer oficial con cierto apresuramiento, como si deseasen finalizar cuanto antes el lúgubre deber para irse a dormir. Cuando ustés gusten, cabayeros dijo el de la comisaría. Despertó don José con nervioso sobresalto, y bajaron todos a la explanada de proa.