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Actualizado: 29 de mayo de 2025
Lo que más la preocupó fue el hacer algo en favor de la infeliz criatura. Y tuvo serenidad suficiente para disimular un poco y pensar que el mejor partido era decírselo todo inmediatamente al conde, quien seguramente ignoraría tan ruin venganza. Procuró terminar cuanto más pronto y se despidió sin poder ocultar enteramente su turbación.
Después comenzó a poner en práctica un plan que días atrás se le había ocurrido, diciéndole: ¿Conque va Vd. a consumir un turno con motivo de ese proyecto de Fomento? ¿Desea Vd. que le busque antecedentes? Ya es público que intervendrá Vd. en el debate. Gracias, gracias; aún no estoy decidido. Aquel hombre, discreto y cuerdo en todos los actos de su vida íntima, sintió una turbación indefinible.
Susana lo sabe todo: yo se lo he contado, pero ella, que tiene una penetración grande, ya se lo había presumido; ¡pobre hija mía! yo espero que Dios le enviará aquello que puede y debe darle la felicidad, teniendo en cuenta que su imaginación no está desbordada y posee un corazón angelical; ella se dedica a sus deberes sin la menor turbación ni inquietud, con una tranquilidad y una alegría, que me tienen embelesada.
Augusto subió y entró en la casa. Si pasmada y llena de turbación se quedó Isidora al verle, mayor fue el asombro y pena del joven médico al ver en deplorable facha y catadura a la que conoció en forma tan distinta.
Y como la muchacha, para ocultar su turbación levantase la voz, repitiendo enérgicamente que era dueña de su voluntad y podía hacer lo que fuese de su gusto, Fermín comenzó a irritarse.
Marcharse, huir, desaparecer: sólo así habría podido evitarla a ella otros dolores y evitárselos a sí mismo. Tentado se había sentido de huir, pues la turbación que lo embargaba con sólo mirarla de lejos, le hacía considerar el fuego terrible que le abrasaría al acercársele.
Yo bajé al jardín, en el cual el viejo Andrés cavaba los arriates. ¿Qué hay, señor Domingo? me preguntó advirtiendo mi turbación. Hay que de aquí a tres días partiré a encerrarme en el colegio, mi buen Andrés. Corrí a ocultarme en el fondo del parque y allí estuve hasta que se hizo de noche. Tres días después abandoné Trembles en compañía de la señora Ceyssac y de Agustín.
Yendo caminando, llegó a la reja de la entrada, donde se halló con un joven paisano, de trece a catorce años, que quedó sorprendido al verlo; el barón creyó reconocer en él a un muchacho empleado en una posada del pueblo. La turbación del muchacho fue tanta, que el señor de Maurescamp, a pesar de sus preocupaciones, no pudo dejar de notarla. ¿Qué quieres? ¿A dónde vas? preguntole.
La pregunta estaba hecha para turbarla, y merced a su turbación averiguar algo de lo que acaecía en su espíritu. Pero yo no había estado en Andalucía, ni tenía idea de lo que es una sevillana. ¿Y a usted qué le importa? me contestó sin alterarse poco ni mucho, mirándome con expresión maliciosa a los ojos. El que se turbó fui yo, y no poco.
Olvidaba las terribles consecuencias que el acto cometido había tenido para él y no pensaba más que en el peligro que había corrido su querida. Con mucha lentitud dijo: Sí, todo estaba audazmente combinado y debía resultar. Mi turbación y la imposibilidad en que me encontraba de sospechar la suerte de Juana debían asegurar el secreto.
Palabra del Dia
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