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Actualizado: 20 de junio de 2025


Aquel canto fúnebre resonaba como un adiós tristísimo a nuestra pasada dicha, como una súplica en nombre de nuestro eterno amor. Con sus manos entre las mías, escuchamos las dulces y melancólicas notas. ¡Mi Reina y mi Cielo! dije. ¡Mi amante y leal caballero! respondió Flavia. Quizá no volvamos a vernos. ¡Un beso y parte! Le di un beso, pero se abrazó a , murmurando mi nombre una y cien veces.

Pues y los doscientos cincuenta mil que murieron en la guerra de la Independencia, en la del 23 y en la de los agraviados, ¿qué dirían a esto? ¡Justicia divina! si la mente de Fernando VII se poblaba con estas cifras en aquel tristísimo fin de su reinado y de su vida, ¡qué horrible mareo para hacer juego con la gota! ¡Qué insoportable peso el de aquella corona carcomida!

Renunciar al brillo de su ingenio y hermosura, a las adulaciones de la pequeña corte masculina que la festejaba un día y otro día; abdicar esta corona y huir de la capital de su reino de galanterías para sepultarse en un rústico lugarón donde no había de tener más solaz que lecturas insípidas y donde había de recibir la noticia del fin tristísimo de su marido, era fuerte cosa para un corazón amigo de impresiones lisonjeras, para una fantasía siempre joven y siempre soñadora, para una conciencia alarmada.

Volví a enredarme de un modo tristísimo, hasta que el capellán me llamó de nuevo al orden. Al cabo, aunque desastrosamente, me expliqué y confesé que estaba enamorado de la hermana San Sulpicio, y que venía a suplicarle que me ayudase contra su familia, que la retenía injustamente en el convento, para hacerla mi esposa.

Sin embargo, en estos momentos en que su vida corre algún peligro, ¿no siente usted la necesidad de una fe que le alumbre en las tinieblas en que puede ser envuelto, de alguna esperanza que le consuele en este amargo trance? Ninguna... He llegado felizmente al desenlace de la horrible comedia... Todos los hombres juegan en ella un papel bien poco airoso... El mío ha sido tristísimo...

Ejemplos sin número de estas caídas nos ofrecen las poblaciones grandes, más que ninguna esta de Madrid, en que apenas existen hábitos de orden, pero a todos los ejemplos supera el de doña Francisca Juárez, tristísimo juguete del destino.

Hojeando los libros canónicos de defunciones de aquel pueblo, correspondientes á los meses de Abril y Mayo del año 1772, y fijándose en las páginas que empiezan en el asiento 28, se verá el tristísimo cuadro de las más encarnizadas hecatombes que registra la historia de la viruela.

Y embozándose en su capa, miró un triste reloj, que contaba con tristísimo compás la vida en el testero de la sala. No abráis á nadie: cuidado, cuidado con la puerta. Echad todos los cerrojos. Cuando venga mi sobrino, dadle algo que comer y que me aguarde. ¿Pero cómo va usted á salir con esos alborotos? dijo Clara con temor. No nos deje usted solas: tenemos mucho miedo.

Todo pasaba a vista de mi dama y de don Diego: no se ha visto en tanta vergüenza ningún azotado. Estaba tristísimo de ver dos desgracias tan grandes en un palmo de tierra. Al fin, me hube de apear; subió el letrado y fuese. Y yo, por hacer la deshecha, quedéme hablando desde la calle con don Diego y dije: -En mi vida subí en tan mala bestia.

La isla de San-Thomas es una colina rocallosa, rodeada de agua, y nada mas. Sus altas rocas caen sobre las ondas como tajadas á pico; la tierra carece de toda vegetacion florida y fresca, y el aspecto general de la isla entera es tristísimo y desagradable. Salvo, pues, la pequeña ciudad marítima ó comercial de San-Thomas, que contiene unos 6,000 habitantes, lo demás carece de valor absolutamente.

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