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Debía volver a acostarse... Hubo una larga pausa, como si el enemigo, al escuchar los crujimientos del jergón, esperase que el habitante de la torre fuera a salir de un momento a otro. Pero transcurrió algún tiempo, y la voz ronca e injuriosa volvió a sonar en la calma de la noche. Le llamaba cobarde otra vez; invitaba a salir al mallorquín. «Sal, hijo de...»

No se sabía adónde guarecerse, ni cómo evitar la angustia. Así transcurrió toda la mañana. Tomamos el café sobre las esteras de la galería, sin tener ánimo para hablar ni movernos. Los perros, estirándose y buscando la frescura de las losas, tumbábanse fatigados.

Los tíos de Carmen y la señora Angustias trataban del asunto siempre que se veían; pero a pesar de esto, el torero apenas entraba en casa de la novia, como si le cerrase el camino una terrible prohibición. Preferían los dos verse por la reja, siguiendo la costumbre. Transcurrió el invierno. Gallardo montaba a caballo e iba de caza a los cotos de algunos señores que le tuteaban con aire protector.

Cuando llegó el café, Sánchez Morueta fumaba un cigarro enorme, uno de los habanos que le enviaban de Cuba, elaborados directamente para él, con su nombre y su retrato en la sortija, y cuya adquisición era motivo de orgullo entre la gente menuda que laboraba en la Bolsa ó en los negocios de minas. Transcurrió otra hora, sin que el millonario diese señales de existencia.

Al parecer, don Jorge escuchaba con apacible fruición; pero se interesó especialmente por la suerte de As-quiles, como el Inocente persistía en denominar a Aquiles, el de los pies ligeros. De este modo, con poca comida, mucho Homero y el acordeón, transcurrió una semana que con paciencia soportaron los fugitivos.

Transcurrió un minuto; aún rechinaban los goznes de la puerta, cuando don Quintín oyó el timbre de una voz que le dejó trémulo de espanto; apenas sus labios acertaron a balbucear un nombre: ¡¡Es Frasquita!! También sonó la voz de Carola: Buena mujer decía , aquí no vive ese señor. ¡Ya lo , ya lo ! repetía la voz espantable ; pero ahí dentro está; ¡déjeme usted pasar! ¿Es usted su criada?

Paró él muy poco la atención en ella, embriagado por sus triunfos en la cátedra y en la sociedad; la trató con la protección amable que concede un grande hombre a un niño. Pero don Germán hizo su segundo viaje a América, transcurrió más de un año sin verla y cuando al cabo se encontraron Clara se había transformado en mujer.

Elena lo comprendió y le propuso que se fuese antes que ella, aguardándola allí los pocos días que faltaban ya para que el ebanista y el tapicero dejasen terminada la reforma del salón. Aceptó gustoso contando que solamente una semana tardaría su esposa en juntarse con él. Transcurrió la semana, corrían ya los últimos días del mes de julio y Elena no daba aviso de su partida.

Después volvió a montar a caballo, dirigiose al trote hacia el Bosque de Bolonia, y habiéndose tropezado con un amigo en la alameda de Madrid le habló de las últimas carreras y de las próximas a celebrarse en Chantilly, y así conversando transcurrió otra media hora.

Mientras la carta permaneció cerrada en manos ya de D. Acisclo, y sin llegar a las de doña Luz, aunque transcurrió poquísimo tiempo, D. Acisclo le tuvo de sobra para cavilar y forjar una risueña hipótesis acerca de su contenido.