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Bautista se encaramó sobre los hombros de Martín, y luego, viendo que se podía subir sin dificultad, escaló la muralla hasta lo alto. Asomó la cabeza y viendo que no había vigilancia saltó encima. ¿Nadie? dijo Martín. Nadie. Sujetó Bautista la cuerda con un lazo corredizo en un ángulo de un torreón, v subió Martín a pulso, con el palo en los dientes.

En cambio los gritos del cura se oían claramente desde el pasillo. «Miren por dónde sale ahora este... pensó doña Lupe volviendo la cara con desdén . ¡Qué tendrán que ver Santo Tomás ni el padre Suárez con...!». Al fin dejó de oírse la voz cavernosa del sacerdote, y en cambio se percibió un silbido rítmico, al que siguieron pronto mugidos como los del aire filtrándose por los huecos de un torreón en ruinas.

Estaba á gran altura, en la región de aves y nubes, entre dos abismos; á un lado está la negra sima de la torre; al otro la profundidad luminosa de las rocas y las vertientes alumbradas por el sol. El promontorio que sostiene el torreón parece otra torre de muchos centenares de metros de elevación. Y el río que serpentea en torno á su base no parece más que su foso de defensa.

No perdiendo tiempo, me procuré las monedas misteriosas, que, al ver mío, llenaban los puntos acondicionados, y esta misma noche volé al torreón arruinado, y dando las tres palmadas y pronunciando las tres palabras que ya olvidé, se abrió al punto la muralla, dejándose ver el soldado, con el rostro más triste y lastimado.

En un extremo de la muralla se erguía un torreón envuelto en aquel instante en una densa humareda. Al salir de Yécora, un hombre famélico y destrozado les salió al encuentro y habló con ellos. Les contó que los carlistas iban a abandonar Laguardia un día u otro. Le preguntó Martín si era posible entrar en la ciudad.

Esta torre no está arruinada; conserva hoy toda su altura primitiva, que pasa de cien pies, y las hiladas regulares de granito que componen el magnífico aparato octogonal, le dan el aspecto de un trozo formidable cortado ayer, por el más puro cincel. Nada más imponente, más orgulloso ni más sombrío que este viejo torreón, impasible en medio de los tiempos, y aislado en la espesura de los bosques.

El gabinete se hallaba en una especie de torreón cuadrado que la casa tenía por la parte de atrás en uno de sus ángulos. Levantaba por encima de ella algunas varas y recibía luz por los cuatro lienzos de sus paredes. La torre no contenía más que dos habitaciones: la de María, compuesta de gabinete y alcoba, y la de su doncella Genoveva, que constaba de un solo cuarto.

Los cuatro Capitanes que iban de vanguardia, con hasta 20 particulares que fueron con ellos y algunos soldados que les siguieron, pelearon valerosamente, diciendo á grandes voces: «¡Vitoria, vitoriaque hicieron desamparar las trincheas á los turcos y llevaron reculándolos hasta pasar el torreón que estaba sobre el turrión de San Juan, de donde tiraban los enemigos artillería y fuegos artificiales.

Acababa de disparar una de las piezas de enorme calibre, oculta en el ramaje junto á ellos. Los capitanes dieron una explicación sin detener el paso. Tenían que seguir por delante de los cañones, sufriendo la violenta sonoridad de sus estampidos, para no aventurarse en el espacio descubierto donde estaba el torreón del vigía.

La sólida fábrica de aquella espaciosa casa, á cuya sombra se alza la campana del templo; las aspilladas murallas que la resguardan; las plataformas y el bronce que la defienden; la estratégica situación que ocupa, y la bandera que flamea en lo alto del torreón, la asemejan más que á la casa del recogimiento y la oración, al antiguo baluarte de la Edad Media.