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Actualizado: 5 de junio de 2025


Pasada la tormenta y revuelta, Segun digimos ya en breve trasunto, El bergantin que fuera á vela suelta, Llegando toma puerto luego junto, Y dando de nosotros nueva cierta, La cosa de esta suerte se concierta. Llegados á la punta de este rio, Quedóse el bergantin grande esperando; El otro atravesó, que vacio, Garay en esto viene navegando.

873 Sin dificultá ninguna rezaba todito el día, y a la noche no podía ni con un trabajo inmenso; es por eso que yo pienso que alguno me tentaría. 874 Una noche de tormenta vi a la parda y me entró chucho; los ojos -me asusté mucho- eran como refocilo: al nombrar a San Camilo, le dije San Camilucho.

Cuando volví a casa, a eso de las cuatro, subí al corredor del primer piso, y con la cara pegada contra un vidrio, me entretuve en seguir con los ojos el movimiento de las nubes que se amontonaban sobre el Zarzal y nos traían la tormenta anunciada por Susana.

El viaje no debió de ser enteramente feliz, pues Mascareñas refiriéndose a una de las galeras de la flota, dice que padeció seria tormenta en el golfo de León, siendo preciso arrojar al agua la artillería, y que otra entró en Génova cuando todos la creían perdida.

Escucha conteniendo la respiración... No se siente nada... no se ve nada... Fuera lo que fuese, se lo ha llevado la noche y la tormenta. Bajemos a la orilla dice. Nuestras figuras se dibujan aquí contra el cielo. Ella marcha delante, y él la sigue. Pero el suelo está húmedo y la joven resbala; entonces él la toma entre sus brazos y la lleva hasta abajo, a la orilla del río.

La duquesa no quería salir. Ya no experimentaba repentinos deseos de correr sin objeto por el París dormido, de hacer visitas á horas intempestivas ó deslizarse por los bosques de los alrededores en plena tormenta.

Juan Claudio, repuesto de la emoción, dijo con acento firme: Jerónimo, Catalina, Materne y vosotros todos, ¿estáis muertos? ¿No veis aquella hoguera, más allá del Blanru? Es Piorette, que viene a socorrernos. Y en el mismo instante una profunda detonación repercutió en los desfiladeros del Jaegerthal, como ruido de tormenta.

Los treinta vieron do estaban, que iban á encallar en la arena y que tal vez podrían salvar sus vidas si abandonaban á tiempo el frágil leño. Puesto en práctica su pensamiento, confiáronse á la tormenta, al furor del viento; y, efectivamente, los trató éste como á esas olas que arrastra hacia la tierra sin permitirlas retroceder.

Hay quien sueña con ir a Francia, después de echar a los franceses, y traerse a Napoleón con un grillete al pie. ¡Dios quiera que no perezcamos todos! ¡Dios nos valor para resistir la tormenta que se nos viene encima!... Aquí vivimos sin saber a qué santo encomendarnos.

Había un enemigo más molesto que la tormenta que desordena á los convoyes, más temible que los torpedos.

Palabra del Dia

cabalgaría

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