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Actualizado: 8 de junio de 2025


Hizo grabar en la portada de una obra suya un escarabajo, muriendo sobre la flor que deseaba morder, y debajo el dístico siguiente: «Audax dum vegæ irrumpit scarabæus in hortos Fragrantes periit victus odore rosæ.» A esta querella alude acaso la fría alegoría de la disputa del tordo y del ruiseñor, que se leen en la segunda parte de Filomena.

Cuando llegó el día señalado, una hora antes de amanecer montó en su jaco tordo, que él había criado con mimo y al cual había puesto por nombre Lucero, y bajó por el camino de Villoria hasta el llano. Cuando pasó por Entralgo aún no había amanecido.

Además, yo iba a la cita sin guitarra ni capa, sólo con un junquillo en la mano y vestido de sencilla e inofensiva americana. Nada de brioso corcel tampoco, negro, tordo o alazán. Sobre las propias y míseras piernas, que por cierto me temblaban demasiadamente al acercarme a las ventanas de la casa. En una de ellas vi blanquear un bulto, y me aproximé hasta tocar en las rejas.

Los recuerdos literarios del militar no se remontaban más allá del periódico de la semana anterior, así es que lo comprendió al pie de la letra. No son ovejas continuó, es un jinete. Juez, ¿no es aquél el tordo de Jacobo Melín? Pero el juez no lo sabía, y según indicó la señora Moreno, el aire era demasiado fuerte para más averiguaciones; de manera que tuvieron que retirarse.

Al darse cuenta don Jacobo del sudor que bañaba los costados de su caballo tordo, refrenó, al fin, su velocidad, e introduciendo al animal por un sendero que servía de atajo, tomó un trote corto, dejando colgar con descuido las riendas de sus manos. A medida que adelantaba el camino, variaba el aspecto del paisaje, haciéndose más pintoresco.

Traerlos cerca estando allí Anita sería una crueldad; no la dejarían dormir la mañana. Pero él ¡con qué deleite hubiera saboreado el primer silbido del tordo, el arrullo voluptuoso de las tórtolas, el monótono ritmo de la codorniz, el chas, chas cacofónico, dulce al cazador, de la perdiz huraña!

La disyuntiva era terrible y fácil de entender. La señora dijo que enganchase el boghey para usted tartamudeó el infeliz. ¡Al diablo el boghey! El tordo fue ensillado tan rápidamente como las nerviosas manos del asombrado mozo pudieron manejar las correas y hebillas.

¡No! ¡Nunca! rugí con furor, estrujando la carta y monologando a largos pasos por el claustro. ¡No, por Dios o por el demonio! ¿Ir de nuevo a recorrer los caminos de la China? ¡Jamás! ¡Oh, suerte grotesca y desastrosa! ¡Dejé mi regalada vida del Loreto, mi nido amoroso de París, vengo volando como un tordo desde Marsella a Shang-Hai, sufro las pulgas de las habitaciones chinas, el hedor de las casas, la polvoreda de los caminos áridos ¿para qué?

El ruido del hierro y de la madera y la trepidación uniforme eran como canción que atraía el sueño. Quintanar, sin pensar en ello, medía el ritmo de las ruedas pesadas y crujientes con el compás de una marcha que cantaba su tordo, aquel tordo orgullo de la casa.... Después midió el paso del tren con los de cierta polka... y después se quedó dormido.

Unos eran de color tordo; otros de un gris plateado, sedoso y brillante, y todos ellos temblaban desde las piernas a la grupa con fuertes estremecimientos, como si no pudiesen contener su exceso de vida en este encierro. Rafael hablaba con admiración del valor de aquellos animales.

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