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Actualizado: 28 de mayo de 2025


Importaba, además, que el pueblo, donde la epopeya iba a nacer, tuviese el germen de una gran civilización propia, no ofuscada por recuerdos distintos de otra civilización pasada o extraña; y que, si algo o mucho tomaba de otras civilizaciones, fuese con tal brío plasmante, con tal fuerza de asimilación, que lo disolviese todo, mezclándolo con el jugo de sus entrañas, y que todo lo derritiese y fundiese con su calor natural, y que luego esta masa, fundida y hecha sustancia propia, la vaciase en molde, propio también, de donde saliera a luz, reluciente, nueva, con forma adecuada y castiza, y con sello peculiar, indeleble.

Entre ella y los jóvenes de la sociedad en que vivía, pronto había puesto el orgullo de Ana y la necedad de los otros un muro de hielo. «No se casarían con ella, había dicho doña Anuncia, porque era pobre; pero ella les tomaba la delantera, y los despreciaba por fatuos y adocenados».

Eso hacía, sin darse cuenta de que tomaba parte en aquellos furores de lubricidad con aires de pasión, la lascivia, la corrupción de su temperamento fuerte, extremoso y de un vigor insano en los extravíos voluptuosos.

Pero cuando acabé de leerla, ¡qué nueva y terrible fase tomaba la refriega entre los marinos y nuestros soldados! ¡Santo Dios! ¿Perderíase la batalla? Destrozados en el primer ataque los franceses, lo repetían sacando el último resto de bravura de sus corazones resecados por el calor, y volvían a la carga resueltos a dejarse hacer trizas en la boca de los cañones, o tomarlos.

Daba un sonsonete de autoridad a sus palabras, medíalas mucho, tomaba el café con más pausa que de costumbre, y a cada momento echaba una frasecilla de protección. «Pero amigo Montes, no hay que apurarse... ya veremos, ya veremos si se te puede meter en algún hueco... D. Basilio me tiene que dar unos datos que necesito sobre la recaudación de la provincia de X... Oiga usted, Relimpio, no se prisa a presentar la memoria, porque esta situación dura.

Guardaba y acariciaba el secreto de su amor naciente, como un avaro guarda y acaricia las primeras monedas de su tesoro... El día en que viera claro en su corazón, el día en que estuviera segura de amarlo, ¡ah! ¡entonces le hablaría a Zuzie, y sería feliz contándoselo todo!... Madama Scott acabó por atribuirse el honor de la melancolía de Juan, que de día en día tomaba un carácter más marcado.

Arturito estaba presente a estas conversaciones, que nada tenían de misteriosas, pero no entendía palabra y no tomaba parte en ellas.

Volvió á reir el príncipe. ¡Wilson con alas!... Se imaginó al Presidente con un sombrero de copa, sus lentes, su sonrisa bondadosa, y saliéndole de la espalda del chaqué dos triángulos enormes de plumas iguales á las que llevan los ángeles en los cuadros de la pintura religiosa. ¡Gracioso coronel!... Luego quedó pensativo, mientras su rostro tomaba una expresión grave.

Aquellos grandísimos puercos que adoraban gatos, puerros y cebollas, le hacían mucha gracia al orador sagrado. «¡Con qué sandunga les tomaba el pelo a los egipcios!», según expresión de Joaquinito Orgaz, religioso por buen tono y que creía sinceramente que era un disparate la idolatría.

El pseudo diputado, como pollo que han zambullido en una cuba de agua, furioso, hablaba nada menos que de fusilar al alemán Schlingen por la espalda; así aprendería a no engañar a la gente. En todos los ámbitos de la inmensa sala, esta idea de venganza contra el embaucador tomaba cuerpo. ¡Abajo Schlingen! ¡a la cárcel con él!

Palabra del Dia

ciencuenta

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