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Los del coche habían recobrado el habla al verse fuera de peligro y chillaban todos al mismo tiempo, comentando el suceso, sin acordarse ninguno de dar gracias a Dios, que les había arrancado de las garras de la muerte con un verdadero prodigio; tan sólo Kate, la doncella inglesa, encogida en un rincón, blanca cual un papel todavía, con las manos cruzadas, cerrados los ojos, inclinada la cabeza, parecía rezar entre dientes... Echaron entonces de menos a Diógenes y viéronle venir a lo lejos, seguido de Tom Sickles y el prusiano, que traía la sombrilla encarnada causa del percance.

Un gran landó desembocó entonces como un rayo por la derecha del Real, describió un rápido semicírculo en torno de la plaza de Oriente y se detuvo frente a Palacio, en la puerta del Príncipe, de repente, en firme, con una de esas paradas maestras con que sólo la férrea mano de Tom Sickles sabía sujetar un tronco sin destrozarlo.

Después se sacaba la bomba, que era un tonel con una piel estirada, en donde se tocaba con las manos como en un tam-tam, y bailaban los negros. Tom les enseñaba las más extraordinarias jigas de todo el Reino Unido. El negro es un inocente, e iba así en el barco entretenido, sin ganas de sublevarse. Solíamos estar en el Brasil una temporada.

Al entrar en su casa, pidió más , y mientras Tom se lo servía, le dijo en español: «Mañana nos vamos. Haz el equipaje. Avisarás a Estupiñá... Que me haga el favor de venir, para que me traiga de las tiendas algunas cosillas. No puede uno ir de España a Inglaterra sin llevar a los amigos alguna chuchería que tenga color local». Luego siguió hablando consigo mismo: «Es un mareo.

La vista de aquellos elegantes espectadores acabó de impacientar a Currita, y de tal modo se enardeció ante ellos su afán de exhibirse y singularizarse, que tiró del cordoncillo hasta descoyuntar el dedo del cochero, y sacó la cabeza por la ventanilla gritando: Go on, Tom, go on! Run Through!... Carry them off!...

Dios es Autor de la revelacion como de la razon; su Iglesia, este Pueblo escogido, que se conviene sin discordia en la creencia de las Divinas Letras, no puede padecer engaño, ni puede decirse de ella que en esto puede errar, sin ofender la infinita veracidad de Dios, que ni puede engañarse, ni engañarnos. Diccion. Crític. artícul. Acosta tom. I. pag. 71 y artícul. Beaulieau tom.

Jacobo no se aturdió, ni Tom Sickles tampoco; empuñó el primero las riendas sin hacer ningún movimiento y saltó el segundo fuera del coche, abalanzándose a la rueda opuesta a la hundida, y tirando hacia el centro del camino con todas sus fuerzas; la vieja casera acudió en su ayuda, tirando con sus descarnados brazos, que parecían tener el aguante de dos poderosos cables.

El cochero de Currita, Tom Sickles, enorme tipo del automedonte británico, que pedía a voces el tricornio y la peluca empolvada, y se había sentado en Londres en el pescante del duque de Edimburgo, y en París en el de la princesa Matilde, dirigió los caballos corriendo a lo largo de la manifestación, por ver si adelantaba la cabeza de esta y podía entrar por la calle del Caballero de Gracia o por la de Peligros.

A Baltasar de Guzmán y Pedro de la Fuente, autores de danzas, Martín de la Rumia y Gonzalo de Campos Guerrero maestros de hacer invenciones y á Anton Calvo autor de comedias los vemos citados en el Lib. de Propios del mismo año. El segundo de los tres últimos citados era el pintor que la Ciudad ocupaba en las ocasiones que se ofrecian y de el tratamos en la pág. 22 del tom.

Tom Sickles, sin cuidarse del hombre tendido en tierra, miraba correr el coche, apretando los puños y dirigiendo en inglés tremendas imprecaciones, no a los caballos, sino a su ilustre señora y dueña.