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Jadeaba al trotar, moviendo su vientre con doloroso vaivén. El regreso era más lento y tranquilo, cuando no se llevaban a casa nuevas remesas de labor. Caminaban cogidos del brazo por las aceras, tibias aún de los ardores del día. Humeaba la población al exhalar en la calma de la noche el fuego con que el sol la había caldeado. La circulación era en las calles menos densa que en el resto del año.

Muchos de estos huesos se conservan como los que se ven en los cementerios, otros se han calcinado, y se hallan algunos sólidos y otros que se deshacen en polvo: otros se encuentran también que, al citado naturalista y algunas personas entendidas les han parecido tibias y femures humanos, cuya cabidad está llena de una materia cristalina.

La noche era magnífica, una de esas noches de Villaverde, tibias y benignas, sin nubes ni celajes, en que los astros centellean como diamantes, en que los vientos traen a la ciudad el rumor de los campos adormecidos, los cantares del perezoso río y los gratos perfumes del valle.

Ya se entraba la tarde, una de esas tardes templadas, casi tibias en mitad del invierno, que suelen suceder a una semana de frío intenso. Comenzaba a oscurecer. A través de los cristales y sus cortinas blancas, entraba con el crepúsculo una luz tan azulada, que el aire de la habitación y las caras se revestían de su azul.

Volvió en breve, y el tren comenzó de nuevo su marcha, que de noche parecía vertiginosa y fatigosa de día. El sol iba ascendiendo a su cenit, y el calor se anunciaba por ráfagas tibias y pesadas, alientos de fuego que encendían la atmósfera.

Algunas son enormes pozos donde desaparecerían enormes ríos; otras son simples depresiones del suelo, especies de nidos bien tapizados por el césped, donde en los hermosos días de otoño se puede gozar de las tibias caricias del sol, sin temor al aire que pasa silbando sobre las hierbas secas del llano.

En las noches tibias del trópico, bajo una luna enorme de color de miel que convertía el mar en planicie de azogue, los ejecutantes, vestidos de frac y sentados en la cubierta superior ante las filas de atriles iluminados por lamparillas eléctricas, iban desarrollando en una atmósfera dormida que guardaba tal vez los primeros vagidos del nacimiento del planeta las melodías más originales, las combinaciones de sonidos más refinadas que engendró el sublime delirio del artista hecho dios.

En la gran región intermedia, el feroz cachalote se inclina al Sur, devastando las aguas tibias. Sustentada ante todo de moluscos y de otras existencias elementales, búscalas en las aguas templadas, un poco al Norte.

De repente el macho, supongo que será el macho, tiene una idea, un remordimiento, improvisa una pasión que está muy lejos de sentir, y besa a la hembra, y hace la rueda y canta el rucutucua y se eriza de plumas.... Ella, sorprendida, sin sacudir la pereza corresponde con tibias caricias, y a poco, ambos fatigados, soñolientos, encontrando en la molicie de mojarse inmóviles, inflados, mayor voluptuosidad que en los devaneos, vuelven a su quietismo, tranquilos, sin rencores, sin engaño, sin quejarse de la mutua displicencia. ¡Racionales palomas!

El sol caldeaba el huerto, haciendo estallar las cortezas de los árboles; en las tibias madrugadas sudaba al trabajar, como si fuese mediodía, y a pesar de esto, la Borda cada vez más delgada y tosiendo más. Parecía que el color y la vida que faltaban en su rostro se lo arrebataban las flores, a las que besaba con inexplicable tristeza. Nadie pensó en llamar al médico. ¿Para qué?