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Actualizado: 29 de junio de 2025


Regla sexta: Un solo testigo puede ser de mayor autoridad que diez mil, y por consiguiente con mayor razon podemos á veces creer á uno solo, que á muchísimos.

No sostengo sino que mañana a las siete estaré en el bosque de Bolonia, avenida de la Muette, con un testigo, y armas. ¡Hasta mañana! Mejor hasta la noche; pues hoy es jueves, día de recepción en casa de Antoñita, y por nada me privaría de verla. Está bien; a la noche la veremos, y mañana nos veremos. Dicho esto, Amaury se alejó furioso y regocijado al mismo tiempo.

. Se ha dicho que el tacto es el testigo mas seguro y quizás el único, de la existencia de los cuerpos; pues sin él todas las sensaciones no pasarian de simples modificaciones de nuestro ser, y no podríamos atribuirles ningun objeto exterior. Yo no creo que esto sea verdad.

Su cara se sublimaba por la fe. ¿Qué destello divino era el que de sus ojos emanaba? No puede darse idea del timbre de su voz al decir: «¿Para qué leyes? Soy mi propio testigo, y mi cara proclama un derecho. Soy el retrato vivo de mi madre». La marquesa la miró otra vez palideciendo. ¿Cruzó por la mente de la noble señora un rayo de duda?... ¿Vaciló su firme creencia? ¡Quién puede saberlo!

Señora le respondí juro a usted que fuera de Pepa Hígados, la Churriana, y María de las Nieves, la de Sevilla, no había moza alguna en casa de Poenco. También pongo a Dios por testigo de que no nos detuvimos más que una hora y esto porque no nos llamaran descorteses y malos caballeros.

A Hullin, que tenía buena vista, no se le escapaba nada; además, hacía muchos años que había sido testigo de hechos análogos; pero Lagarmitte, que nunca había visto nada parecido, estaba estupefacto. ¡Cuántos son! decía moviendo la cabeza. ¡Bah! ¿Y eso qué significa? dijo Hullin . En mi tiempo hemos aniquilado tres ejércitos de cincuenta mil, de la misma raza que éstos, en seis meses.

Se me permitirá que antes de referir el gran suceso de que fui testigo, diga algunas palabras sobre mi infancia, explicando por qué extraña manera me llevaron los azares de la vida a presenciar la terrible catástrofe de nuestra marina.

Mas el P. Arce, después de sus ordinarias ocupaciones en ayuda de los prójimos, luego que se ponía en presencia de Dios en la oración, estaba tan dentro de , que todo lo que no era Dios lo dejaba lejos de ; y de persona fidedigna, testigo de vista, que le veía orar delante del Santísimo Sacramento, que observaba en el Padre tan devota compostura, y tal inmovilidad de cuerpo y de sentidos, que le compungía no poco y ayudaba para atender con mayor devoción á este santo ejercicio; bien que su orar y estar en la presencia de Dios, no se reducía á horas determinadas, sino que jamás perdía de vista aquel infinito bien, de suerte que estaba todo en lo que hacía, y todo en aquél por quien lo hacía, no solamente obrando por amor sino amando en el mismo obrar; y cualquiera que fijaba en él los ojos lo conocía manifiestamente.

Pero ¿podría compararse nuestra montaña, anciano testigo de otras edades, á un volcán, monte que apenas nació ayer y que aún no ha sufrido los ataques del tiempo?

ALBOR. Fuése la lengua engañada Al nombre ilustre que oíste; Que ya no hay en todo el mundo Sino . ABIND. ¿Cómo? ALBOR. No digo Sino que eres segundo Al valor de que es testigo Cielo, tierra y mar profundo. ABIND. No, Alborán, eso me di. Dame esa mano. ALBOR. Mancebo ¡Qué deudos perder te vi! Reviente con llanto nuevo El alma de nuevo aquí.

Palabra del Dia

irrascible

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