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Actualizado: 29 de junio de 2025
Cuando terminaban las fiestas y Sóller recobraba su plácida calma, el pequeño Jaime pasaba los días correteando por los naranjales con Antonia, la vieja madó Antonia de ahora, que era entonces una mujerona fresca, de blancos dientes, curvo pecho y pisada fuerte, viuda a los pocos meses de matrimonio y perseguida por las miradas ardorosas de toda la payesía.
En el camino de los Olivos al Tigre están enterradas sus primaveras. Aquellas caravanas ecuestres de otros tiempos que comenzaban por la madrugada en el Retiro y que terminaban en San Isidro o San Fernando a mediodía, y con bailes y pascanas a media noche, tienen una larga historia en la vida galante de otra edad. Mi tío comenzó a recordarlas con cierta melancolía.
José Luis se resintió y ella, extremosa como es, quiso a toda costa dejar la estancia y escribió a Eduardo pidiéndole que fuera a buscarla. Ya ellos mismos no pudieron entenderse como antes; además, se terminaban las vacaciones y como ella estafa todavía en la Santa Unión, pasó un año; él se fue a Europa y todo concluyó así... ¡Oh, es seguro! ¡La felicidad de Laura la deshizo Zoraida!
Desde entonces la vida de los dos se desarrolló con violentas alternativas: primeramente discusiones buscadas por ella, que terminaban con golpes, y luego, tras la mirada implorante del esposo, la feliz reconciliación. Hasta le permitió que volviese al arte cinematográfico, siendo protagonista de varios films, cuyos argumentos se hacía relatar ella anticipadamente.
Iba a la redacción el primero y salía el último; sus artículos, llenos de cordura, de sensatez, de prudencia, daban vuelta siempre a los asuntos sin entrar en ellos; el general encontraba esto más conforme con las reglas de la estrategia, que el apoderarse del asunto «descubriendo el cuerpo.» Además, tenían la incalculable ventaja de que comenzaban y terminaban constantemente del mismo modo, con ligerísimas variantes.
En diez años, ¡cuatro presidentes que han terminado de mala manera ó han muerto en una cama que no era suya! Reconozcamos que es demasiada tragedia para tan corto tiempo. Esta sucesión de presidentes mejicanos recuerda á los reyes y héroes griegos de la dinastía de los Atreidas, que terminaban siempre de un modo fatal.
Con la salve y la letanía no terminaban los rezos. Un paje que hacía funciones de monacillo al lado del maestre recomendaba después con su voz infantil: Digamos una Ave María por el navío y la compañía. Sea bien venida contestaba la multitud. Y cuando se finalizaba este rezo, el maestre saludaba a todos con grave compostura. Amén, señores, y que Dios nos dé buenas noches.
Y terminaban afirmando que Montesinos desahogaba su amargura y despecho blasfemando de palabra cuando se le presentaba la ocasión y publicando artículos en los periódicos y revistas de los masones. El P. Gil no sabía a qué atenerse. Inclinábase, no obstante, a esta última opinión, que conciliaba hasta cierto punto la benévola de su hermana y ciertos amigos con la mala fama que tenía en el pueblo.
Estos balcones tenían por dosel enormes guardapolvos; los tejados remataban en descomunales aleros, y, abajo, las amplias y voladas rejas terminaban en humildes cruces.
Padecía frecuentes ataques, sobre todo desde la muerte de su madre, en que perdía unas veces la vista, otras el habla, con otra variedad de fenómenos extraños que por fortuna duraban poco tiempo. Además se veía acometido de profundas melancolías, crisis violentas que terminaban por un llanto copioso y prolongado corno en las mujeres histéricas.
Palabra del Dia
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