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Actualizado: 9 de mayo de 2025
¡Simpático comandante!... Era el primer hombre dulce y humano que encontraba en el infierno de la invasión. «En todas partes hay buenas personas», se dijo. Deseó que no se moviese del castillo. Si habían de continuar allí los alemanes, mejor era tenerle á él que á otros. Un ordenanza vino á llamar á don Marcelo de parte de Su Excelencia.
Algunas veces he preguntado á varios hombres doctos si los aburria esta lectura tanto como á mí; y todos los que hablaban sinceramente me han confesado que se les caía el libro de las manos, pero que era indispensable tenerle en su biblioteca, como un monumento de la antigüedad, ó como una medalla enmohecida que no es ya materia de comercio. No piensa así Vueselencia de Virgilio, dixo Candido.
Pero confiesa, Tomás, que todo eso se dice mejor que se hace; y comprende que ese aldabón me inspire miedo, explícate la razón que tengo para tenerle el mismo asco que si fuera de hierro líquido.... Calló a esto Frígilis. Llegaban de la estación; estaban en el portal del caserón de los Ozores, que apenas alumbraba a pedazos el farol dorado pendiente del techo.
Como Vd. me concederá también, repuso el cura, yo no podía hacer otra cosa, aun conociendo la verdadera pena de Pablo, que aguardar a mi vez, porque por nada de este mundo hubiera querido hablar a Carmen de los sufrimientos del joven; temía ser la causa de que esta sensible y buena muchacha se resolviera a hacer un sacrificio por compasión hacia Pablo, o bien que llegase a tenerle un poco de cariño originado por la misma compasión.
De cerca, sus bigotes engomados a la perfección no bastaban a compensar las patas de gallo y arrugas de todo linaje que le cruzaban el rostro. Era fabricante de conservas alimenticias y solterón empedernido, no porque dejase de honrar al bello sexo y tenerle en gran estima, sino porque pensaba que el matrimonio era la muerte del amor y sus ilusiones.
El «viejo» querría tenerle largas temporadas fuera de París; pero acabó por conformarse, pensando en que esto daría ocasión á frecuentes viajes en automóvil. Desnoyers se acordaba de los parientes de Berlín. ¿Por qué no había de tener su castillo, como los otros?... Las ocasiones eran tentadoras. A docenas le ofrecían las mansiones históricas.
Santorcaz nos trataba con superioridad, aunque sin tiranía. Cuando al llegar a una posada, cabalgando él en perverso macho y nosotros a pie, íbamos a tenerle el estribo y después a quitarle las espuelas, deshaciéndonos en cumplidos y cortesías, teníamos que apretar los dientes para no soltar la risa.
Nunca retiraba su mano o su frente a un beso del duque; le reconvenía dulcemente, le escuchaba con complacencia, aceptaba sus caricias como pruebas de generosidad, no aparentaba ningún temor y no parecía sospechar el sentimiento brutal que ella misma fomentaba todos los días. Para tenerle a distancia no empleaba más que una sola arma: la humildad. Era implacablemente respetuosa.
Bueno, le replicaron. ¿Entonces... por qué se ha separado de la casa de usted? Castro no respondió, hizo un gesto, y después de un rato de silencio murmuró: ¡No me convenía tenerle en casa!... Todos callaron, y nadie se atrevió a inquirir el motivo de mi separación.
Después que estuviese en el mundo ¡bien se acordaría Ventura de coloretes! ¡Anda, anda! pues no tendría poco que hacer para tenerle limpio, darle el pecho y entretenerle cuando llorase. Y él estaría tan embobado contemplándolo, que no tendría tiempo a ocuparse en si su mujer traía tal o cual vestido, ni siquiera si estaba de bueno o de mal humor.
Palabra del Dia
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