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Actualizado: 6 de junio de 2025


La gente menuda hablaba maravillas del noble edificio y de sus riquezas. Una vez por año se cerraban sus puertas un día entero, y los viejos servidores de los Vargas, esclavos y libertos, todos gentes de confianza, tendían cueros en el patio principal, vaciando sobre ellos enormes sacos de monedas.

No si por el extraño balanceo de Jack, o por lo largo de la canción contenía noventa estrofas, que se continuaban en concienzuda deliberación hasta el deseado fin, el canto de cuna causaba el efecto deseado. Al volver del trabajo, los mineros se tendían bajo los árboles, en el suave crepúsculo de verano, fumando su pipa y saboreando las melodiosas cadencias de la composición.

Parecíase a Sabel, y aún se le aventajaba en la claridad y alegría de sus ojos celestes, en lo abundante del pelo ensortijado, y especialmente en el correcto diseño de las facciones. Sus manitas, morenas y hoyosas, se tendían hacia el vino color de topacio; el marqués se lo acercó a la boca, divirtiéndose un rato en quitárselo cuando ya el rapaz creía ser dueño de él.

Los gobiernos de Lima, Buenos Aires y Chile, distrayéndose de las atenciones que los rodeaban, tendian la vista hácia estas poblaciones misteriosas, reiterando sus conatos para alcanzarlas; y las noticias que circulaban sobre su existencia, eran tan circunstanciadas y concordes, que arrancaban el convencimiento.

Y como es un soldado de valor indiscutible, podrá reconocer también sin rubor alguno que tal vez en aquella ocasión sintió cierto miedo, el primer miedo de toda su vida. El comandante no pudo protestar. Una aclamación ensordecedora había interrumpido la elocuencia del orador. Todos le tendían las manos, conmovidos por la sinceridad y la sencillez de sus palabras.

En el centro del jardín, la estatua de la Virgen se alzaba solitaria, bajo una corona de follaje que le formaban cuatro grandes magnolias, tan antiguas como el convento mismo; enredaderas de jazmín del País, trepando al pedestal de la imagen, le tendían floreciendo una alfombra de nieve.

Se alzaban arcos de triunfo, se tendían colgaduras de damasco, salían á la calle las comunidades y cofradías con sus pendones al frente, y en todas las esquinas se ponían escudos y tarjetones, donde el poeta Arriaza estampaba sus pobres versos de circunstancias.

En suma, Baltasar y Amparo se hallaron como dos cuerpos unidos un instante por la afinidad amorosa, separados después por repulsiones invencibles, y que tendían incesantemente a irse cada cual por su lado.

Los vidrios de la ribera de Santa Lucía temblaron con el ronquido del motor de la goleta, máquina vieja y escandalosa, que imitaba el chapoteo de un perro cansado. Mientras tanto, las velas se tendían á lo largo de los mástiles, aleteando bajo los primeros manotones del viento. Tres días duró la navegación. En la primera noche el capitán paladeó el voluptuoso egoísmo del descanso á solas.

Tarde de la noche, cuando el café se cerraba, decenas de desgraciados, sin hogar, tomaban posesión de las mesas del largo salón, bajo la vigilancia de los dependientes, que tendían sus colchones sobre las de billar, cuando las otras estaban ocupadas y por dos pesos de los antiguos, encontraban un techo y una tabla para dormir, y por uno, lo primero y el duro suelo de los patios y pasillos.

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