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Actualizado: 24 de julio de 2025
Mujeres glaciales que le trataban con visible despego, mujeres de reconocida virtud que repelían con su aspecto toda audacia, se habían acercado á él con repentina decisión, solicitando un préstamo y preguntando acto seguido á qué hora podía ofrecer el príncipe una taza de té en Villa-Sirena. Recordó al coronel, que consideraba el juego como el peor de los enemigos de la mujer.
Un galernazo dijo la gente con mucho sosiego. Después del Sur, era de esperar. Y el que tenía qué, se puso á comer; y el que había comido ya, se tendió á dormir la siesta ó á chupar el clásico cigarro delante de una taza de café.
Era jefe de negociado en la prefectura de policía. La señora Chermidy le sirvió con sus propias manos una taza de te, al mismo tiempo que le dirigía una sonrisa inefable. Conversó largo tiempo con él, le obligó a agotar su repertorio y oyó con el mayor interés cuanto le plugo contarle.
Convinieron en verse para tratar de ponerse de acuerdo y todas las tardes iba Fortunato á tomar una taza de té en casa de Clementina.
Y charlaron con animación o, por mejor decir, charló ella mientras él la escuchaba arrobado, con la cabeza echada hacia atrás, acercando de vez en cuando con su mano trémula de hombre gastado la taza a los labios. Oye, Tono dijo ella cuando terminaron, poniendo con decisión los codos sobre la mesa y mirándole fijamente: ¿qué te parece de ir yo a tu baile?
La cólera se le trasvertía de tal modo que no había lugar para que pasase el alimento. Á duras penas pudo D.ª Robustiana lograr que sorbiese una taza de caldo. Se alzó de la silla, bajó á su cuarto, atolondrado, confuso, sin saber qué partido tomar ante aquel alud que se le venía encima, aquella gran desgracia. Porque tal consideraba la profanación de su retiro ameno y deleitoso.
Se bebía una taza de caldo y en seguida se disponía a escribir, sin levantarse de la cama, sostenido por varias almohadas. Tenía a su alcance muchos lapiceros, y trabajaba hasta las nueve de la noche, hora en que se levantaba para ir a pasar el resto de la noche en alguna taberna de Montmartre.
Se levantaba del medio de la taza un surtidor tan gigantesco como el que hay ahora en la Puerta del Sol, pero con la diferencia de que el agua del de la Puerta del Sol es natural y ordinaria, y la de éste era agua de olor, y tenía, además, en sí misma todos las colores del iris y luz propia, lo cual, como ya calculará el lector, le daba un aspecto sumamente agradable.
Al estudiar tambien la actitud de la jóven que está de pié á su lado; al estudiar aquel aire confuso y vacilante, como si se hallase cercada por la mirada ávida del viejo, semejante á la cierva que oye gritos por todas partes y no sabe de qué modo huir, ni á qué punto correr: al estudiar el efecto admirable con que inclina la mano derecha que tiene la taza, mientras que la taza se ladea y va á verterse el chocolate; al comprender aquel doble efecto de la mano, doble digo, porque su inclinacion procede tanto del peso natural del plato y de la jícara, como de aquella especie de aturdimiento que la atribulaba: al contemplar estas figuras un hombre dotado de la emocion del arte, no puede menos de llegar á la evidencia perfectísima de que ni la escultura ni la pintura harian más.
Al cabo parándose delante de él le dijo: Siéntese usted, Tristanito, siéntese usted... Voy a hablarle... pero me permitirá que no me siente... No puedo; me encuentro alterado, completamente alterado. ¿Quiere usted una taza de tila? preguntó Tristán sonriendo interiormente de ofrecer tila a aquel monstruo. No, señor, muchas gracias; sólo le pido que me permita estar de pie y dar algunos paseos...
Palabra del Dia
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