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Actualizado: 24 de mayo de 2025
Corred, corred: no permitais con la tardanza que su Dios les dé ayuda: el nuestro nos puso las armas en los brazos i la constancia en los corazones. Libres somos i libres serémos, aunque nos amenacen los árabes con cadenas, porque nuestro esfuerzo va á arrancarlas de sus manos para luego oprimir con ellas sus indómitas cervices.
Pero no dudo que entre estos caballeros míos los habrá dispuestos á complacer al campeón de Francia. Y cuanto al trofeo, dijo el barón de Morel, seguro estoy de interpretar los deseos de estos señores al declarar que le será entregado, á pesar de su tardanza, si logra ganarlo en buena lid.
Tanto se irritó y se pasmó Candido con lo que oía y lo que vía, que no quiso siquiera poner pié en tierra, y se ajustó con el patron holandés, á riesgo de que le robara como el de Surinam, para que le conduxera sin mas tardanza á Venecia. A cabo de dos dias estuvo listo el patrón.
Llegaron a Inhiesta a las ocho de la mañana, y detuvieron el carruaje en la única posada del pueblo. Esos palomos estarán en lo mejor del sueño dijo Novillo . Se me parte el corazón, considerando que tengo que cortar un idilio en flor. Pero yo no soy la voluntad; soy el brazo que ejecuta. Hay que concluir cuanto antes y volver a Pilares sin tardanza.
«¡Virgen del Carmen! exclamó para sí Rosalía . ¡Con qué gente me he metido!... Si el Señor me saca en bien de este mal paso, nunca más volveré a dar otro semejante». Celestina dijo la mellada en tono amistoso , ¿y yo no me peino hoy? La otra explicó su tardanza con lo mucho que tenía que hacer.
Sí, desde hace tiempo. ¿Lo sabías? Sin duda; una mujer siempre se da cuenta de esas cosas. Y tú, ¿no lo habías notado? Sí... algo le contesté, enviando a mi pasada estupidez un suspiro lleno de melancolía. Blanca no dejó después de explicarme la tardanza de Pablo en pedir su mano; aquella demora no obedecía más que al temor de una negativa.
Atinada anduvo Antoñona en no decirle que iba a venir, sino hasta poco antes de la hora. Aun así, gracias a la tardanza del galán, la pobre Pepita estuvo deshaciéndose, llena de ansiedad y de angustia, desde que terminó sus oraciones y súplicas con el niño Jesús hasta que vio dentro del despacho al otro niño. La visita empezó del modo más grave y ceremonioso.
La dama tomó la cartera y el brazalete de sobre la mesa, desapareció por la puerta de los tapices, y estuvo gran rato fuera dando tiempo con su tardanza á que Juan Montiño, yendo y viniendo en su imaginación con todo lo que le acontecía, con todo lo que sentía y con la noble, dulce y resplandeciente hermosura de la incógnita, acabase de volverse loco. Al fin la dama apareció de nuevo.
El domador iba a seguir, pero viendo que el efecto de curiosidad en el público estaba conseguido y que la multitud pretendía pasar sin tardanza al interior del circo, gritó: La entrada no cuesta más que un real. ¡Adelante, señores! ¡Adelante! Y volvió a atacar con el cuerno de caza un aire marcial, mientras el viejo ayudante redoblaba en el tambor.
En esto volvía ya el Barón de Castell-Bourdac, muy diligente y apresurado, con el abrigo de Rafaela. Trató de disculpar su tardanza, puso el abrigo a la dama, le dio el brazo, bajó con ella la escalera y sin duda la acompañó en coche a su casa. El Vizconde apenas se dignó reparar en esta intimidad de Rafaela y del Barón, a quien había calificado de tan simpático como inofensivo.
Palabra del Dia
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