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Actualizado: 15 de junio de 2025
Evitaba entenderse con los dependientes, sin duda por molestarla sus exagerados cumplimientos, ese afán de decir a toda parroquiana, con voz automática, que es muy bonita, para despachar mejor la mercancía; y apenas entraba en la tienda, buscaba con los ojos a Juanito, muchacho juicioso, tan tímido como ella y que no se permitía el menor atrevimiento. Los dos se entendían perfectamente.
De allí a poco le tocó uno, y entonces desplegó toda su energía. Había él notado que, por aquel tiempo de amenazas revolucionarias, no parecía a los devotos buen sacerdote el que no se aventuraba algo en el terreno de las alusiones políticas; y como todo era menos tímido, se lanzó a pisarlo, decidido a no resultar menos celoso defensor de la Religión.
Por fin me ví fuera de la ciudad, al principio de aquel camino por donde pasé diez años antes acongojado y lloroso, una fría mañana del mes de Enero. Recordé aquellos días amargos en que por primera vez me alejé de los míos, niño tímido y medroso, en quien cifraban sus tías las más risueñas esperanzas. ¡Cuán distinto me pareció el camino!
En cambio, exigió y obtuvo de D. Fadrique que le había de escribir dándole noticias de Clara, y avisándole del menor peligro que hubiese, para volar en seguida donde estaba ella. Don Carlos, aunque no era tímido ni torpe, no había obtenido jamás que Clara recibiese carta suya, y menos aún que le escribiese. Pero ¿qué mucho, si ni siquiera de palabra Clara le había dado á entender que le amaba?
¿Sería que su huraño orgullo podía más que su tímido amor? ¿Sería que aquel valiente tenía miedo de ella y de sí mismo, y, sin fuerza para afrontar una nueva entrevista, empleaba su valor en la fuga? Porque Carlos la amaba, estaba segura.
Siempre que subía al Escorial daba su vueltecita por la tienda de doña Dámasa y allí se estaba charlando un rato. Estas visitas, al principio raras, se fueron haciendo más frecuentes y prolongadas. La hermosura espléndida de Elena comenzó a impresionarle. Y a medida que le impresionaba le hacía más tímido. Cuando la niña estaba sola en la tienda mostrábase embarazado, silencioso.
Pero cerca ya de la barraca, cuando iban á separarse, Tonet tuvo un arranque de tímido. Habló con la misma violencia que había callado; y como si no hubiesen transcurrido muchos minutos, contestó á la pregunta de la muchacha: ¿Per qué?... Perqu'et vullc . ¿Por qué?... Porque te quiero.
Y sin embargo, de los tales sucesos y personas, que aparecen vulgarísimos al empezar la narración, brota y se desenvuelve luego la encantadora poesía. Don Antonio, el principal personaje, el dueño de los cuatro ochavos, se nos muestra al principio tímido, engreído con sus riquezas, egoísta y hasta pervertido y vicioso, no arrastrado por pasiones violentas, sino por debilidad de carácter.
Cuando estaba solo y entregado a sus reflexiones, asustábase de las audacias de su pensamiento; pero oyendo al principal enardecíase, y entre las cenizas de su carácter tímido y apático asomaba el fuego del aventurero. Las contiendas entre don Eugenio y su antiguo dependiente los separaban, y a pesar de hacer la vida bajo el mismo techo, pasaban semanas sin hablarse.
La suegra pareció crecerse, saliendo de su tímido encogimiento. Su mirada se posó sobre personas y cosas con grave lentitud, como si las reconociese de nuevo. Había visto mucho. Sus primeras palabras de amor con el fabricante Delfour se cruzaron en 1870, durante el sitio de París. Luego, de recién casada, había presenciado la tragedia de la Commune.
Palabra del Dia
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